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PROYECCION LITERARIA DEL CARLISMO RELIGIOSO EN LA NOVELISTICA ESPANOLA By ARMANDO J. ESCOBEDO A DISSERTATION PRESENTED TO THE GRADUATE SCHOOL OF THE UNIVERSITY OF FLORIDA IN PARTIAL FULFILLMENT OF THE REQUIREMENTS FOR THE DEGREE OF DOCTOR OF PHILOSOPHY UNIVERSITY OF FLORIDA 1983 Copyright 1983 By Armando J. Escobedo A MI MADRE, con carino, admiraci6n y agradecimiento. ACKNOWLEDGMENTS I would like to express my sincere appreciation to Dr. Fernando Ibarra, chairman of my supervisory committee, for his expert and generous assistance in the preparation of this dissertation. Without his aid, and without the help of the other members of my committee, to whom I am also grateful, the completion of my task would have been difficult. I wish to thank, too, the many relatives and friends who along the way encouraged me with their moral support. Their kindness will not be forgotten. TABLE OF CONTENTS Page ACKNOWLEDGMENTS. . . iv ABSTRACT . . .. vii INTRODUCCION . . 1 Notas . . 6 CAPITULO I: CONSIDERACIONES HISTORICAL .. 7 Nacimiento del carlismo . 8 La cuesti6n sucesoria .. 9 La primera guerra carlista. . ... 12 La segunda guerra carlista. . .. 16 Antecedentes de la tercera y dltima guerra. 17 La tercera guerra carlista. . ... 21 El program carlista. . ... 27 Notas . . .... .. 41 CAPITULO II: CONSIDERACIONES LITERARIAS. 44 El tema carlista en algunas novelas espanolas 44 Realidad y ficci6n en la obra novelesca .. 60 La constant realista . 63 La novela hist6rica .. . 65 El realismo decimon6nico. . 72 La Generaci6n del 98. . 75 La critical sociol6gica. . 76 Notas . . 82 CAPITULO III: MARTA Y MARIA DE PALACIO VALDES. 87 Marco hist6rico . . 88 Carlismo y religion .. . 89 Funci6n artistic del carlismo religioso. 97 Valoraci6n literaria del carlismo religioso 106 Notas . . 113 CAPITULO IV: PAZ EN LA GUERRA DE UNAMUNO .. .115 Marco hist6rico . . 116 Carlismo y religion . 124 Funci6n artistic del carlismo religioso. 137 Valoraci6n literaria del carlismo religioso 142 Notas . . 150 CAPITULO V: LA GUERRA CARLISTA DE VALLE-INCLAN 153 Marco hist6rico . 154 Carlismo y religion ... 163 Funci6n artistic del carlismo religioso. 178 Valoraci6n literaria del carlismo religioso 184 Notas . . 199 CONCLUSIONES . . 202 Notas . .. .. 210 BIBLIOGRAFIA . ... .. 211 BIOGRAPHICAL SKETCH. . ... 237 Abstract of Dissertation Presented to the Graduate School of the University of Florida in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree of Doctor of Philosophy PROYECCION LITERARIA DEL CARLISMO RELIGIOSO EN LA NOVELISTICA ESPANOLA By Armando J. Escobedo December, 1983 Chairman: Fernando Ibarra Major Department: Romance Languages and Literatures (Spanish) For many nineteenth-century Spaniards, Carlism constituted not only a dynastic struggle but also a crusade in defense of the threatened interests of the Catholic Church in Spain. The purpose of this dissertation is to study the literary treatment of the religious dimension of Carlism in a number of Spanish novels of both the nineteenth and the twentieth centuries: Armando Palacio Valdes' Marta y Maria (1883); Miguel de Unamuno's Paz en la guerra (1897); and Ramdn del Valle-Inclan's La guerra carlista, a trilogy consisting of Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909), and Gerifaltes de antaHo (1909). A special effort is made to determine the artistic function of religious Carlism in the structure of the works, and to analyze the authors' literary appraisal of Carlism as a religious cause--that is, the favor, disfavor, or impar- tiality with which they portray it. vii The first two chapters attempt to provide a historical and literary background for the discussion of the texts. The remaining three chapters are devoted to the consider- ation of the presence of religious Carlism in the aforesaid novels. Although there are other Spanish narrative works that deal with the theme of Carlism, the author believes that the novels he has selected are the ones in which the association between Carlism and Catholicism in nineteenth- century Spain plays the most significant role. The contribution of this dissertation to the field of literary studies is fundamentally threefold: 1) it is the first known attempt to systematically examine the religious implications of Carlism as presented in Spanish novels of the last one hundred and fifty years; 2) it illustrates in an original manner the relationship between reality and fiction, one of the essential aspects of narrative art; and 3) it constitutes a comparative study of three important Spanish writers. Even though all three authors deal with the theme of religious Carlism, each one manages to offer in his work a different artistic rendition of the same historical phenomenon. viii INTRODUCTION El carlismo, movimiento multifac6tico--politico, social, econ6mico, religioso, etc.--que dio lugar a tres guerras civiles en la Espana decimon6nica y que es reconocido por el historiador Vicente Palacio Atard como "la primera pro- testa en masas contra el liberalismo" puede estudiarse como fen6meno literario, ya que es incorporado al mundo de la ficci6n en varias novelas espaholas tanto del XIX como del XX.1 En algunas de estas novelas puede comprobarse en particular la repercusi6n literaria de la dimension religio- sa del carlismo. En ellas, la causa carlista manifiesta claramente su caracter de cruzada santa en defense de la Iglesia cat6lica, cuya posici6n privilegiada en Espana se vio amenazada por las medidas de los gobiernos liberals del pasado siglo. Se trata sobre todo de Marta y Maria (1883) de Armando Palacio Valdes; Paz en la guerra (1897) de Miguel de Unamuno; y la trilogia de La guerra carlista de Ramon del Valle-Inclan, integrada por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antano (1909). El present trabajo se propone precisamente la investigaci6n de la proyecci6n literaria del aspect reli- gioso del carlismo--aqui identificado como "carlismo reli- gioso"--a traves del analisis de las obras citadas. Los primeros dos capitulos de este studio ofrecen un marco de referencia que hace possible situar la discusi6n de las novelas dentro de un context hist6rico y literario mas amplio. En el primer capitulo se traza un breve panorama hist6rico del process carlista en la Espana del XIX y se destaca especialmente el trasfondo religioso del mismo. En el segundo, se expone en terminos generals el impact de la temAtica del carlismo en la novelistica espaiola, y se incluye una consideracion de ciertos asuntos de Indole literaria que contribuyen a la comprension de la naturaleza de las obras a estudiar y al esclarecimiento de las circuns- tancias en que dichas obras surgieron. En el mismo capitulo se explica tambien el tipo de aproximaci6n critical empleada en el anAlisis de los textos seleccionados. Los tres ultimos capitulos se dedican al studio del tratamiento del carlismo religioso en las novelas en si --uno por cada obra, segun el orden cronol6gico de su publicaci6n. En estos capitulos se examinan las referencias a la realidad hist6rica y, especfficamente, al carlismo decimon6nico y su dimension religiosa. Un esfuerzo especial se lleva a cabo para precisar la funci6n artistic que el carlismo religioso desempena en la estructura de las novelas, o el modo en que facility el logro del efecto estetico que cada autor se propone comunicar. Tambien, dado que cada obra proyecta una vision subjetiva del carlismo religioso, se trata de determinar la valoracion literaria que los autores hacen del mencionado fen6meno; es decir, abajo qu4 luz presentan ellos la causa "monarquico- catdlica" y sus partidarios en las obras narrativas? Para lograr este dltimo prop6sito, se investigan distintos procedimientos empleados por los escritores, y sobre todo su manera de caracterizar a los detractors del carlismo religioso. Como apunta Oscar Mandel, "the status of a protagonist is invariably a factor of the status of his opponents. Por Ultimo, en las conclusions, se resume y justifi- can las semejanzas y las divergencias entire las distintas imagenes literarias del carlismo religioso. Y en la bibliografia, se incluyen tanto las obras citadas en este studio como las consultadas durante su preparaci6n. Para identificar la procedencia de las citas aparecidas en el texto, se anade una seccidn de notas al final de cada capitu- lo, de la introducci6n y de las conclusions. Cuando se cita una misma fuente mas de una vez dentro de un mismo capitulo, s6lo se incluye una nota bibliografica para la primera cita. Las restantes van acompanadas del titulo de la fuente y/o el nombre del author, y el ndmero de la pagina en que aparecen en la edicidn indicada ya en la nota correspondiente a la primera cita. En los casos necesarios, se han ajustado la ortografia y la puntuaci6n de los pasajes citados al uso actual. Como antecedentes director del present trabajo, deben senalarse sobre todo los siguientes studios critics sobre el carlismo en la literature espanola: el articulo "The Noventayochistas and the Carlist Wars," de Birute Ciplijauskaite, y las tesis doctorales The Carlist Wars in the Serial Novels of Gald6s, Baroja and Valle-Inclan, de Richard Michael Mikulski, y Espana en la obra de Ram6n del Valle-Inclan, de Maria Dolores Lado. En su articulo, Birute Ciplijauskaite asocia la atraccion de los novelistas del 98--Unamuno, Baroja, Valle-Incldn--hacia la tematica del carlismo, con la preocupaci6n generacional por Espaia. La autora indica que a pesar de las caracteristicas particu- lares de cada una de las novelas de los noventayochistas sobre el carlismo, en todas sobresalen el fragmentarismo y el perspectivismo. La autora tambi4n menciona la preferen- cia de estos narradores por captar la dimension intrahist6ri- ca de la realidad, preferencia que los lleva a interesarse especialmente por lo ordinario y cotidiano de las guerras carlistas, asi como por el aspect popular de las mismas --la participaci6n del pueblo en el conflict. En su trabajo, Richard Michael Mikulski examine distintos recursos t6cnicos y estilisticos empleados por Gald6s (Episodios Nacionales), Baroja (Memorias de un hombre de acci6n) y Valle-Inclin (Memorias del marquis de Bradomin, La guerra carlista, El Ruedo Iberico) en su esfuerzo por transferir las guerras carlistas del plano hist6rico al literario. Mikulski se ocupa asimismo de asun- tos extratextuales, como la ideologia polftica de los autores estudiados y su labor de documentacion hist6rica como preparaci6n para la redacci6n de las referidas obras. Como parte de su monografia, por ultimo, Maria Dolores Lado investiga la tematica general del carlismo tanto en la producci6n novelistica como en el teatro de Valle-Inclan. Nuestra tesis doctoral difiere de los mencionados studios critics en cuanto a su asunto y a los autores tratados. Como queda ya apuntado, aqui hemos preferido analizar exclusive y exhaustivamente la repercusidn litera- ria de la dimension religiosa del carlismo en novelas de Palacio Valdes, Unamuno y Valle-Inclan. Nunca se habia estudiado hasta ahora el papel desempenado por el carlismo religioso en Marta y Maria de Palacio Valdes y en Paz en la guerra de Unamuno. En Mikulski y en Lado, por otra parte, las referencias a la presencia del carlismo religioso en la obra total de Valle-Inclan resultan insuficientes. En nuestra tesis tambien hemos preferido limitar el ndmero de obras por autor para poder profundizar en las mismas y evitar asi las generalidades. Esta tesis doctoral, en resume, realize fundamental- mente una triple contribuci6n al campo de la investigaci6n literaria: 1) represent el primer intent conocido de examiner sistematicamente las implicaciones religiosas del carlismo decimon6nico partiendo de la novelistica espanola de fines del siglo XIX y principios del XX; 2) ilustra de un modo original la relaci6n entire la realidad y la ficci6n, uno de los aspects esenciales del arte narrative; y 3) constitute un revelador studio comparative de obras de tres figures destacadas de la literature espaiola. 6 Notas iVicente Palacio Atard, La EspaFa del siglo XIX, 1808- 1898 (Madrid: Espasa-Calpe, 1978), p. 11. Oscar Mandel, "The Function of the Norm in Don Quixote," Modern Philology, 55 (febrero de 1958), 162. 1 CAPITULO I CONSIDERACIONES HISTORICAL En Zaragoza, el sexto en la primera series de Episodios Nacionales de Benito Perez Galdos, el narrador Gabriel Araceli media sobre la tragica realidad hist6rica del pueblo espanol. Araceli afirma que "grandes subidas y ba- jadas, grandes asombros y sorpresas, aparentes muertes y resurrecciones prodigiosas reserve la Providencia a esta gente, porque su destiny es poder vivir en la agitacion como la salamandra en el fuego."1 Las palabras del protagonista de Zaragoza encuentran una confirmaci6n en la larga e inquieta historic del siglo XIX espanol, siglo dinamico, de apasionada violencia. Se trata de una centuria que abarca, entire otros sucesos, la invasion y ocupaci6n napole6nicas de la peninsula; la abdicaci6n de Carlos IV y el exilio de la familiar real; la Guerra de Independencia y la creaci6n de las Cortes de Cadiz; la vuelta al gobierno absolutista con el regreso de Fernando VII del destierro en 1814; las tres guerras carlistas; dos minorias, varias regencias, numerosos pronunciamientos y distintas constituciones; la fuga de Isabel II en 1868; la breve monarquia de Amadeo de Saboya; la formaci6n de la Primera Repdblica; la restauraci6n borb6nica; la guerra con los Estados Unidos y el desastre colonial. De todos los hechos acontecidos en la Espana decimon6nica, sin embargo, es tal vez el conflict carlista el que ofrece la nota mas dramatica y, a la vez, el que revela una vision mas profunda de la escindida conciencia national. Nacimiento del carlismo Los origenes inmediatos del carlismo se remontan a los ultimos diez anos del reinado de Fernando VII (1823- 1833), period que la historiografia liberal identifica con el nombre de "la ominosa decada." A pesar de la persecuci6n de la oposici6n liberal que caracteriz6 a este period, la actuaci6n del monarca no complaci6 del todo a los "realistas puros" y demas partidarios del Antiguo Regimen, quienes opinaban que el rey debia mostrarse mis firme contra los enemigos del absolutismo para evitar el peligro de alzamien- tos revolucionarios como el que en 1820 habia dado lugar al llamado "trienio liberal." Los fandticos absolutistas, que se autodenominaban "los apost6licos," buscaron entonces en don Carlos Maria Isidro de Borb6n, el mayor de los dos hermanos de Fernando y presunto heredero del rey, un candi- dato al trono mas sumiso y dispuesto a establecer una monarquia teocrdtica. Asi, pues, naci6 el carlismo, y don Carlos, explica Modesto Lafuente, se convirti6 a los ojos de los liberals en "simbolo de la intransigencia y de la negaci6n de toda reform en armonia con las necesidades del siglo."2 Los proyectos sucesorios de don Carlos y sus seguido- res, sin embargo, se vieron amenazados por el nacimiento el 10 de octubre de 1830 de la infant Maria Isabel Luisa, hija de Fernando y de su cuarta esposa Maria Cristina de Napoles. Desde ese moment habria en Espaia dos pretendien- tes a la corona, y el carlismo, convertido en conflict dindstico, se presentaria al mundo como "la causa de la legitimidad." La cuesti6n sucesoria En la tradici6n dindstica castellana, en la ausencia de hijos varones, las hijas hembras habian gozado siempre del derecho de heredar el trono segun lo expuesto por Alfonso X, a mediados del siglo XIII, en la Ley 2.a, Titulo 15, Partida 2.a. Pero esta costumbre fue modificada el 10 de mayo de 1713 por medio del Auto Acordado de Felipe V, el primer Borb6n de Espana. El "Nuevo Reglamento para la Sucesi6n," sancionado por las Cortes y con fuerza de ley, establecia un nuevo orden sucesorio, de caracter semisalico, ya que sl6o llamaba a las hembras si se agotaban todas las lines de var6n, aunque ellas y los suyos fuesen de mejor grado y linea. El orden sucesorio estipulado por el Auto Acordado de 1713 permaneci6 intact hasta 1789, ano en que se reunieron las Cortes bajo Carlos IV para jurar heredero al principle Fernando. En esa ocasi6n, el 30 de septiembre, las Cortes determinaron que, no obstante la novedad hecha en el Auto Acordado, se volviera a observer en la sucesion de la monarquia la costumbre inmemorial atestiguada por la Ley 2.a, Titulo 15, Partida 2.a, de Alfonso X. Pero esta disposici6n no se lleg6 a perfeccionar en aquella oportuni- dad con la necesaria pragmatica para hacerla public. De hecho, la Novisima Recopilaci6n de 1805, examinada y revisa- da por el Consejo de Castilla y una junta de ministros, public la de Felipe V como ley vigente. Por otra parte, el hecho de que durante la ocupaci6n napole6nica de la peninsula las Cortes de Cadiz restablecieran en su obra legislative el orden sucesorio de las Partidas no contribuy6 al esclarecimiento del asunto. El propio Fernando VII, poco despues de regresar de su destierro en Francia, hubo de invalidar la Constituci6n de 1812. Tal era el estado de cosas al producirse el embarazo de la reina Maria Cristina en 1830 y al decidirse Fernando a publicar la pragmdtica que sancionaba la ley aprobada en las Cortes cuarenta anos atrAs. El monarca, deseoso de legar la corona a un descendiente director de cualquier sexo, y contando con la posibilidad de que la criatura por nacer resultase hembra, trataba asi de allanar los impedimentos legales que habria de encontrar una hija para sucederlo en el trono. La validez de la pragmatica del 29 de marzo de 1830, sin embargo, fue inmediatamente disputada por los carlistas, muchos de los cuales, incluyendo el propio don Carlos, alegaron no haber oido hablar jams de la resoluci6n supuestamente aprobada por las Cortes de 1789. La complicaci6n se agudiz6 mas todavia cuando Fernando, en peligro de muerte y bajo la presi6n de los partidarios de su hermano, accedi6 a estipular el 18 de septiembre de 1832 un "Decreto derogatorio de la pragmitica," que dejaba otra vez en efecto el Nuevo Reglamento de 1713. Pero el monarca, una vez restablecido, y actuando bajo el influjo de su esposa Maria Cristina y su cuiada Luisa Carlota, quienes velaban por los intereses de la pequeia Isabel y los suyos propios, decidi6 extender un "Decreto de nulidad de la dero- gaci6n de la pragmatica," promulgado el primero de enero de 1833 y por el que se anulaba lo actuado el 18 de septiembre anterior y se restablecia en todo su vigor la pragmatica del 30 de marzo de 1830 que sancionaba la ley de Cortes de 1789. A fin de que se reconocieran public y solemnemente los derechos de sucesion de su hija, los soberanos convocaron Cortes el 20 de junior de 1833, en la antigua iglesia de San Jer6nimo en Madrid, para jurar a la infant Isabel por prin- cesa de Asturias. A la jura de Isabel fue citado tambi6n el infante don Carlos, quien respondi6 en t6rminos inequivo- cos a la carta de su real hermano. Escribi6 don Carlos a Fernando: Lo que deseas saber es si tengo o no tengo intenci6n de jurar a tu hija por princess de Asturias. ;Cuanto desearia el poderlo hacer! Debes creerme, pues me conoces, y hablo con el coraz6n, que el mayor gusto que hubiera podido tener seria el de jurar el primero, y no darte este disgusto y los que de 61 resulten, pero mi conciencia y mi honor no me lo permiten; tengo unos derechos tan legitimos a la corona, siempre que te sobreviva y no dejes var6n, que no puedo prescindir de ellos; derechos que Dios me ha dado cuando fue su voluntad que yo naciese, y solo Dios me los puede quitar concediendote un hijo varon, que tanto deseo yo, puede ser que aun mas que t6; ademds, en ello defiendo la justicia del derecho que tienen todos los llamados despues que yo.3 El 29 de septiembre de 1833, tres meses despues de la jura, falleci6 Fernando en la capital. La muerte del soberano marc el inicio de una prevista y tragica contienda que perturb6 la existencia colectiva de Espana por muchos anos. La primera guerra carlista El 24 de octubre de 1833 la infant Isabel, de tres anos de edad, fue proclamada reina de Espana bajo la regen- cia de Maria Cristina, su madre, y segun lo expuesto en el testamento de Fernando VII. Pero mientras esto ocurria en Madrid, el infante Carlos Maria Isidro, con el nombre de Carlos V, era reconocido como rey de Espana por los carlis- tas amotinados en Logrono, Vitoria y Bilbao. El propio don Carlos, el 15 de octubre, habia dirigido ya desde Portugal una proclama en la que hacia referencia a sus "bien conocidos derechos a la corona de Espana" y se presentaba "a sus amados vasallos" como legitimo rey. Los derechos de don Carlos al trono fueron defendidos en el campo de batalla por sus partidarios. Al dia siguiente de la muerte de Fernando VII se alz6 en las media- nias de Talavera de la Reina un tal Manuel GonzAlez con un grupo de seguidores. Mas tarde aparecio en las Provincias Vascongadas y en Navarra el cabecilla Santos Ladr6n de Guevara. Hubo, despues, mayores brotes. Arag6n, Galicia, Catalu.a, Valencia y las dos zonas de Castilla fueron teatros de excursions mas o menos atrevidas. Pero la pri- mera guerra carlista, en realidad, no se inicio hasta que apareci6 en Irurzun don Tomas de Zumalacarregui encabezando su partida legitimista y dirigiendo una campana inteligente- mente organizada. Zumalacirregui, quien ocupaba el cargo de capitin general de las fuerzas carlistas al morir en 1835 durante el primer sitio de Bilbao, era un gran guerrillero. Dice Martinez de Campos y Serrano: La velocidad y la sorpresa eran sus principles armas. Hostigaba eternamente al adversario. Procuraba quebrantarlo. Huia en lo possible de batallas. Preferia las emboscadas. Su estrategia consistia en el desorden, siempre beneficioso cuando bien aprovechado.5 Mientras los carlistas libraban este tipo de guerra, que caracteriz6 sus esfuerzos belicos durante el siglo XIX, Carlos V, quien habia cruzado los Pireneos el 9 de julio de 1834 para gobernar la parte de Espana bajo el control de su ejercito legitimista, se desplazaba con su corte ambulante de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, segun lo determinaba la suerte que iba corriendo la campaia. Segun Antonio Ubieto y otros, la evoluci6n de la primera guerra carlista, llamada tambien la Guerra de los Siete AEos por haberse extendido de 1833 a 1840, se present en tres fases sucesivas. Durante la primera fase, desde octubre de 1833 hasta junio de 1835, los respectivos ejercitos se organizaron, establecieron bases de operaciones y se fortificaron. La segunda fase, que se prolong hasta octubre de 1837, se distingui6 por el escalonamiento del conflict. Durante estos dos anos no sl6o emprendieron los carlistas proyectos ambiciosos, de mayor alcance, como el sitio de Bilbao el verano de 1835, sino que la acci6n military en si, desbordAndose del Pais Vasco, Navarra y el Maestrazgo, teatro de operaciones al que se habia circuns- crito hasta 1835, se difundi6 a otras zonas del pais. A este segundo period correspondent la famosa expedicion del general G6mez, quien con sus carlistas atraves6 Espana desde el Pais Vasco hasta Cadiz, y la denominada "expedicion real," que, encabezada por el propio don Carlos y compuesta de 12.000 bayonetas y 1.600 lanzas, lleg6 en septiembre de 1837 a las mismas puertas de Madrid despues de pasar por Valencia. El fracaso de esta expedici6n, que oblig6 al pre- tendiente a repasar el Ebro el 15 de octubre siguiente, sepal6 el inicio de la tercera y ultima fase de la primera guerra: la del desgaste y el desenlace. A pesar de victorias militares esporidicas, como la capture de la ciudad de Morella la noche del 25 al 26 de enero de 1838 por el legendario general carlista Ram6n Cabrera, "el Tigre del Maestrazgo," la causa perdi6 empuje al verse afectada por deserciones y disputes internal. Ademds, como indica Raymond Carr, habia llegado el moment en que "the Carlist reservoirs of manpower, their improvised factories, their taxes and contributions were incapable of sustaining a war against the resources of nine-tenths of Spain."' El propio Carr senala que hacia 1839, el general liberal Baldomero Espartero, al mando de las tropas cristi- nas, contaba con 100.000 hombres y 700 caoones para enfren- tarse a los 32.000 carlistas en armas y a sus 52 piezas de artilleria (p. 191). El ultimo dia de agosto de ese mismo ano, el general carlista Maroto, en nombre de las divisions guipuzcoanas, vizcainas y castellanas, concert en Vergara un armisticio con el general Espartero. Este se comprometia ante Maroto a confirmar los grades, empleos y condecoraciones de todos los carlistas que depusieran sus armas, y a interceder ante el gobierno de Madrid a favor de los fueros o privilegios regionales de Vizcaya y Guipuzcoa. El Convenio de Vergara, gestionado unilateralmente por Maroto por la parte carlista y denunciado por don Carlos y por el general Cabrera como acto de alta traici6n, constituy6 un golpe de gracia para la causa del pretendiente. Don Carlos, abandonado por una parte substantial de su ejercito, cruz6 la frontera con rumbo a Francia el 14 de septiembre de 1839. En el campo de batalla s61o sobrevivieron la ida del pretendiente algunos regimientos que, bajo las 6rdenes de Cabrera, se mantuvieron activos en Cataluna y en Arag6n. En mayo de 1840, sin embargo, Espartero tom6 la ciudad de Morella de manos de Cabrera y este, con 6.000 seguidores, se vio obligado a cruzar el Ebro en direcci6n a Berga, villa catalana capturada tambien por Espartero el 4 de julio siguiente. Dos dias despues, a las tres de la manana del 6 de julio de 1840, Cabrera penetro en territorio frances. Habia terminado la primera guerra carlista. La segunda guerra carlista A pesar del cese de las hostilidades, el carlismo seguia contando en EspaEa con numerosos simpatizantes, incluyendo a muchos miembros del clero: "Most of the clergy had been and many remained at heart Carlists," apunta 8 Kiernan. Y en el otono de 1846, seis anos despues de fina- lizar la primera campana e invocando entusiAsticamente el nombre de un nuevo pretendiente carlista, surgio otra vez en las montaFas de Catalufa un numero de bandas guerrilleras que dieron comienzo a la llamada Guerra de los madrugadores o segunda guerra carlista. Poco mis de un ao antes, el 18 de mayo de 1845, don Carlos Maria Isidro habia abdicado en favor de su hijo mayor, don Carlos Luis de Borb6n y Braganza, conde de Montemolin, que aspir6 al trono ocupado por su prima Isabel II con el nombre de Carlos VI. Hacia 1848, el nuevo pretendiente, deseoso de que el mencionado conflict belico adquiriese mayores proporciones, encarg6 a Cabrera la tarea de encabe- zar y organizer a los rebeldes en Cataluna, Arag6n y Valencia. Con ese prop6sito, el veteran general se traslado a Cataluna en junio de 1848, donde hacia fines de ese mismo ano contaba ya con un ejercito de 10.000 hombres. Los esfuerzos de Cabrera en Cataluia, sin embargo, no recibieron un respaldo substantial en otras regions del pais, y la situaci6n de los carlistas rebeldes deterioro al ser detenido Carlos VI en la frontera francesa antes de poder pasar a Espana para unirse a su ejercito legitimista. Cabrera, viendose solo, y convencido de que cualquier esfuerzo future seria inutil para alcanzar una victoria, decidi6 regresar a Francia en 1849, diez meses despues de su llegada clandestine a Espana. Hacia mayo de ese mismo ano ya reinaba la paz de nuevo en el norte. Antecedentes de la tercera y dltima guerra Carlos V falleci6 el 10 de marzo de 1855, y en enero de 1861 murieron sin descendientes sus hijos Carlos VI y don Fernando, dejando la linea de sucesi6n abierta a don Juan de Borb6n, el menor de los tres hermanos. Pero don Juan, en carta del 26 de julio de 1862 a Isabel II, rechaz6 cualquier derecho suyo al trono y acept6 a su prima como reina de Espana. El hijo mayor de don Juan, don Carlos Maria de los Dolores de Borb6n y M6dena, pas6 entonces a ejercer el caudillaje de la causa legitimista. Butler Clarke informa que los derechos del nuevo pretendiente a la corona espanola fueron ratificados durante una junta general de personalidades carlistas celebrada en la ciudad de Londres el 20 de julio de 1868: "Don Carlos Maria was greeted as King, his father's submission to the usurping Government being taken as equivalent to abdication."9 Durante este acto, se le concedi6 al joven don Carlos el nombre de Carlos VII y el titulo de duque de Madrid. Con el tiempo, el propio don Juan, renegando de su acto de sumisi6n a Isabel, reconoceria a su hijo como legitimo pretendiente. Mientras tanto, las ca6ticas circunstancias political que se experimentaban dentro de Espaia favorecian a todas luces el porvenir de la causa carlista. El pronunciamiento del almirante Juan Bautista Topete en Cadiz, el 18 de septiembre de 1868, forz6 a abandonar el pais a la reina Isabel II, cuya mayoria de edad habia sido proclamada veinticinco anos antes, el 8 de noviembre de 1843. A media que habia transcurrido el tiempo, la soberana habia ido perdiendo la confianza de muchos de sus subditos a causa de su ineptitud e inmoralidad: "Her immorality, her indolence, the immense influence which she had allowed her camarilla to exert in public affairs, had lost her the trust of politicians and people alike," observa Aronson.10 Un gobierno provisional, encabezado por el general Serrano, quedo en control de la situaci6n en Espana despues de la fuga de Isabel a Francia, y al poco tiempo convoco a elecciones para crear unas Cortes Constituyentes. Estas, una vez establecidas, y segun la Constituci6n promulgada en junio de 1869, optaron por hacer de Espana una "monarquia democratic" en la que el verdadero poder fuera ejercido por dos cAmaras. Numerosos nombres, entire los que figure el del viejo general Espartero, artifice del ya mencionado Convenio de Vergara, fueron considerados por las Cortes para el cargo de monarca constitutional. Pero despues de muchas gestiones esteriles, fue al principe italiano Amadeo de Saboya a quien se le ofreci6 la corona de Espaia a fines de 1870, y quien la acept6. Muchos espaioles no estaban satisfechos con el nuevo estado de cosas. La nueva Constituci6n, sobre todo, no era de su agrado. Louis Bertrand y Charles Petrie comentan que "the vast majority of the nation was revolted by its anticlericalism, and in their despair of the restoration of Isabel many leaders of the Right turned to the Carlists as their only hope."11 Ademas, la selecci6n del nuevo monarca extranjero, apodado "el rey intruso" y "Amadeo macarronini" por las masas, habia ofendido a muchas conciencias pues se trataba del segundo hijo del excomulgado Victor Manuel II de Italia. Charles Chapman explica que los miembros del clero, especialmente, "were deeply offended by the choice of a monarch from the House of Savoy, which had just occupied the last remnant of the Papal States and made the pope a prisoner of the Vatican."12 Las palabras del pretendiente don Carlos VII el 8 de diciembre de 1870, resumian el senti- miento de los catolicos espanoles: "Protesto contra el ultraje que se causa a la fe de Espana buscando cabalmente ese Rey en el hijo del que esta hoy hiriendo al catolicismo y a toda la cristiandad en la augusta y santa cabeza de Pio IX."13 Aconsejados por don Candido Nocedal, personaje carlista moderado que confiaba mis en el valor de los procedimientos politicos que en el de la acci6n belica, los carlistas decidieron probar fortune vali6ndose del sistema electoral implantado por la Constituci6n del 69. Pero cuando pareci6 que los partidarios de don Carlos, a traves de los medios constitucionales, tenian asegurada ya una victoria electoral en los comicios de abril de 1872, el amenazado primer ministry Praxedes Sagasta intervino, adoptando las medidas necesarias para reprimir la oposici6n. Clarke declara que "by so doing, he furnished the Carlist war party with an unanswerable argument." Y anade: "What hope, they argued, have we of success by legal means when elections are scandalously falsified and we are playing against loaded dice?" (p. 329). Los carlistas comprendieron entonces que el triunfo de su causa dependia solo de las armas, y, con la aprobaci6n de Nocedal y los frustrados moderados, don Carlos lanz6 la siguiente proclama el 14 de abril de 1872, declarando la guerra al entonces monarca constitutional Amadeo de Saboya y dando por iniciada la tercera guerra carlista: El moment solemne ha llegado. Los buenos espa- noles llaman a su legitimo Rey, y el Rey no puede desoir los clamores de la Patria. Ordeno y mando que el dia 21 del corriente se haga el alzamiento en toda Espana al grito de ;Abajo el extranjero! ;Viva Espaia! Yo estare de los primeros en el puesto de peligro. El que cumpla merecerd bien del Rey y de la Patria; el que no cumpla sufrira todo el rigor de mi justicia.14 La tercera guerra carlista El comienzo de la tercera guerra result desastroso para los carlistas, que en realidad no habian tenido tiempo suficiente para organizarse debidamente. El 4 de mayo de 1872, dos dias despues de entrar don Carlos en Navarra, el amadeista general Moriones sorprendi6 y derroto en Oroquieta al pequeno e improvisado ejercito voluntario del pretendien- te, quien pudo escapar de las manos del enemigo y se vio obligado a regresar a Francia al dia siguiente. Dos semanas mas tarde, el 24 de mayo, por los terminos del Convenio de Amorebieta, el general Serrano concedi6 amnistia general, en nombre de Amadeo, a todos los carlistas que depusieran sus armas. S6lo en Arag6n y en Cataluia, donde habia empezado la insurrecci6n, algunas bandas guerrilleras continuaron luchando a favor de don Carlos, pero hacia fines de 1872 apenas contaban ya con unos 3.000 voluntarios. Lo que vino a salvar la causa de los militants carlistas fue la creaci6n en Espana de la Primera Republica a raiz de la abdicaci6n en febrero de 1873 del desafortunado Amadeo de Saboya, quien se habia llegado a encontrar totalmente abandonado en el laberinto de la political espa- nola. La Republica fue la invenci6n de las dos antiguas Camaras de las Cortes, que al abdicar el monarca se fundieron para former una sola Asamblea depositaria del poder politico. Para algunos, la Republica era "un nuevo sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria," segdn las palabras de Emilio Castelar ante la referida Asamblea el 11 de febrero de 1873, recogidas por Ballesteros y Beretta en su citada Historia de Espana (VIII, 210). Para muchos otros, sin embargo, para los cuales el reinado de Amadeo ya habia representado un insulto, la Republica ahora constitula un experiment abominable, algo intolerable. Por una parte, se encontraba el anticlericalismo de la recien creada Republica, que le concedia al carlismo en armas un caracter de causa santa en defense de la religion amenazada: "With the appearance of an avowedly anticlerical Republic the Carlist rising took on the aspect of a national crusade," afirma Charles Hennessy.15 Por otra parte, a los ojos de muchos, el sistema de gobierno republican iba en contra de la tradici6n espanola. Los republicans, ademas, se manifestaban incapaces de mantener el orden en la naci6n y aun dentro de sus propias filas. Bertrand y Petrie senalan que "everywhere the troops mutinied (in many cases shooting their officers), priests were attacked and murdered, and in many instances private property was abolished" (p. 486). Fue asi como el carlismo, unica fuerza de peso opuesta a la Republica y consagrada al ideal monarquico, comenz6 a ser visto tambien como una empresa patri6tica. En el frente de batalla los carlistas comenzaron a anotarse victoria tras victoria. Hacia 1874, ano en que por segunda vez en el transcurso del siglo los legitimistas intentaron en vano la capture de la ciudad de Bilbao, existia ya en el norte un Estado carlista con su capital en la ciudad navarra de Estella, su propio gobierno, su sistema de comunicaciones telegrificas y sus peri6dicos. Carlos VII acuE6 moneda, emiti6 sellos con su efigie, construy6 caminos y concedi6 titulos nobiliarios. Los gastos de la guerra eran sufragados por medio de contribuciones, bonos, impuestos, derechos de aduana y pagos de las companies ferroviarias cuyas vias atravesaban el territorio ocupado. Para equipar a su ejercito, el Estado carlista contaba con las fabricas de armamentos de Eibar, Placencia, Elgoibar y Azpeitia, la de p6lvora de Araoz y la fundici6n de Vera. Tambien se fund una Academia de cadetes para asegurar la formaci6n tecnica de la nueva oficialidad, y, por no resultar suficiente el numero de voluntarios en armas, no obstante el casi unAnime enardecimiento de los vascos y navarros a favor de don Carlos, se llev6 a cabo un active program de reclutamiento dentro de la zona abarcada por el Estado: "Todos los hombres de dieciocho a cuarenta aios fueron llamados a las armas por las diputaciones provincia- les, que castigaban a las families de los mozos no presen- tados y fijaron un cuadro de excenciones sobremanera riguro- so," informa Fernandez Almagro en su obra citada (I, 136-37). Fernandez Almagro anade que a principios de 1875, el ejercito carlista ocupaba casi todo el territorio al norte del rio Ebro y contaba ya en el frente norte con 33.860 soldados de infanteria, 1.808 soldados de caballeria y 79 canones (I, 270). Los avances de las tropas eran seguidos de cerca por Carlos VII y su esposa Margarita de Parma, que se encontra- ban en Espana desde 1873. Los monarcas, al igual que Carlos V durante la primera guerra, habian organizado una "Corte n6mada" que, segun Fernandez Almagro, pronto se con- virti6 en "indefectible centro de la fe y la ilusion popu- lar" con su clima "saturado de tradici6n monarquica y caballerescas virtudes" (I, 133 y 259). La presencia en el frente de la joven, atractiva y dinamica pareja real result un motive de entusiasmo e inspiraci6n para los combatientes legitimistas. No obstante el apogeo military disfrutado por la causa a lo largo de los a os 73 y 74, el carlismo se vio afectado durante esta tercera guerra por las mismas dificultades que habia encontrado ya en las contiendas anteriores. Por una parte, parecia incapaz de extender su influencia mas alla de las fronteras de ciertas regions geograficas que siempre se habian manifestado leales al pretendiente. For otra parte, el carlismo continuaba siendo un fen6meno esencialmente rural, desde-ado en las grandes ciudades por el proletariado y tambien por las classes ilustradas, las cuales, dice Carr, "saw in liberalism a political system better suited to their interests and way of life" (p. 187). Para los carlistas, era mas facil ganar el apoyo de las masas campesinas, mis apegadas a la tradicion y reacias al cambio. Ademas, como en las guerras pasadas, los combatientes legitimistas nunca llegaron a superar en realidad su caracter de milicia improvisada, capaz de library operaciones guerrilleras en las montanas pero no de ganar batallas contra un ejercito regular como el del gobierno de Madrid. Y con entusiasmo solo no era possible alcanzar la victoria. Fernandez Almagro indica que "la guerra no se podia decidir en sorpre- sas, escaramuzas y emboscadas" (I, 284). Lo que dao6 la suerte de la causa irreparablemente, sin embargo, fue la instauraci6n del reinado de Alfonso XII en Espana, hecho conocido en la historic con el nombre de "la restauraci6n borb6nica." Dos dias antes de terminar el ano 1874 se produjo el pronunciamiento del general republi- cano Martinez Campos en Sagunto. El general, al frente de sus tropas, proclam6 rey de Espana a Alfonso, hijo de la depuesta Isabel II y en quien la reina habia abdicado simboli- camente en 1870. La rebeli6n, que recibi6 prontamente el respaldo de otros destacamentos militares y de civiles que no simpatizaban con la Republica ni con don Carlos, se dio por terminada los primeros dias de enero de 1875, al exigir y obtener el general Primo de Rivera la renuncia del gobierno republican en pleno. Notificado en Paris de los acontecimientos por Canovas del Castillo y el propio Primo de Rivera, Alfonso partio inmediatamente hacia Espana, adonde lleg6 el 10 de enero del mismo aio. Cuatro dias despues, a los diecisiete anos de edad, el nuevo rey hizo su entrada triunfal en Madrid. La Republica era ya cosa del pasado. La llegada de Alfonso a Espaia vino a restarle al carlismo el empuje que le habia concedido la creacion de la Repdblica: "Now the monarchy had been restored, Spain could look forward to orderly government and the new King actually upheld many of the principles which inspired Don Carlos," observa Edgar Holt. Y agrega: "There was no place for a Carlist pretender in the new monarchical Spain."16 Don Carlos perdi6 el apoyo de los que habian estado dispues- tos a aceptarlo como ultimo recurso para el derrocamiento de la Republica. AdemAs, el reconocimiento del rey Alfonso XII por el papa, el 3 de mayo de 1875, debilit6 considerablemente la posici6n del pretendiente ante el clero y los fieles espanoles en general. En el campo de batalla, el ano 1875 marc un period de retroceso continue para las tropas carlistas. Hacia diciembre, apunta Fernandez Almagro, el numero de los components del ejercito alfonsino en el frente norte habia aumentado de 78.782 infants, 2.651 caballos y 92 piezas de artilleria con que contaba en el mes de marzo anterior, a 102.194 infants, 3.716 caballos y 114 piezas. Los carlistas, en la misma fecha, disponian en el frente norte de 32.976 soldados de infanteria, 1.769 caballos y 109 canones (I, 277- 78). Pero las mayores derrotas militares sufridas por los legitimistas acontecieron a principios de 1876. Estella, su capital desde agosto de 1873, cay6 en manos de Primo de Rivera el 19 de febrero, y el ultimo dia de ese mes, a los acordes de la Marcha Real y en presencia de los restos de su I ejercito, don Carlos pas6 a Francia por el puente de Arneguy. La proclamacion de una amnistia general para los legitimistas que depusieran sus armas antes del 15 de marzo fue seguida por el cese de las hostilidades en el campo de batalla. Era el fin de la tercera guerra, despues de la cual el carlismo nunca mAs volvi6 a presentar una amenaza real para los gobiernos de la naci6n, aunque la causa no ha dejado de contar con adeptos hasta el dia de hoy. El program carlista Si el carlismo no hubiese pasado de ser una cuesti6n dinastica, seguramente nunca hubiera llegado a poseer el vigor que manifest durante el siglo XIX, ni hubiera sido capaz de dejar tras si su tragica estela de miles de muertes.17 Pero como declara Jose Extramiana, el ingredien- te dinAstico fue sl6o "el pretext y detonador de la con- tienda."18 Fue "el catalizador para precipitar en torno a don Carlos a todos los enemigos de las reforms liberalss" expresa Vicente Palacio Atard.19 La lucha por la legitimidad constituy6 tambien la lucha a favor de las viejas estructu- ras pollticas y religiosas. Dice Melveena McKendrick: Under the banner of Carlism there assembled everyone who saw in liberalism and the Constitution a betrayal of all that Spain had stood for in the days of her greatness--an absolute monarchy independent of Europe and dedicated to Catholicism. Within such a monarchy, united in loyalty and faith, the regions could live their own traditional lives faithful to the memory of those days when regions were kingdoms. Carlism in other words was nostalgia for the past, and as such exerted an attraction for Spaniards which has not yet died out.20 En la esfera socioecon6mica, ademas, el carlismo constituy6 una reacci6n de ciertos sectors rurales ante el progresso" favorecido por el liberalism. Fenomenos como la industrializaci6n y la urbanizaci6n, frutos de ese progresso," fortalecen el poder de las ciudades, aumentan el control que los intereses urbanos ejercen sobre el campo, y amenazan la estabilidad e independencia econ6micas de las comunidades agrarias. Por otra parte, pensadores carlistas como Juan Vazquez de Mella se opusieron tambien al sistema capitalist implantado por el liberalism ya que, segun ellos, viola los preceptos de la caridad cristiana al establecer la explotacion del obrero; atenta contra la dignidad del trabajo human, convirtiendolo en negocio; y hace del hombre una mAquina.21 El carlismo, pues, con su lema de "Dios, Patria, Rey, Fueros," respondia a una determinada y elaborada vision econ6mica, social, political y religiosa del mundo. Por eso, senala Pena e Ibanez, en las contiendas carlistas, en las cuales se enfrentaron los defensores del Antiguo Regimen con los partidarios del liberalism materialista e innovador, "lo que verdaderamente se discutio fue el ser de Espaia.22 El propio Carlos V, en su proclama a los pueblos de Navarra y Provincias Vascongadas el 30 de agosto de 1839, citada por Pando Fernandez de Pinedo, reconoci6 que la guerra no era s6lo de sucesi6n sino de principios (II, 193). El principio de la monarquia absolute Entre los principios defendidos por el carlismo decimon6nico se encontraba el de la monarquia absolute. Los partidarios del ideal monarquico-absolutista en la Espaia del XIX no podian aceptar la instituci6n de la monarquia constitutional, en la que el soberano desempena un papel limitado por el alcance de una Constitucion. Este sistema de gobierno, para los absolutistas, era una abominable creaci6n del liberalism. Segun ellos, el principe cristia- no, que ejerce un poder de origen divino, no debe verse obligado a ceder o a compartir su autoridad. Valentin G6mez present el punto de vista tradicionalista: El liberalism derriba los tronos y crea la monarquia constitutional, negando de ese modo el poder de origen divino de los reyes, lo que hace que la realeza llegue a ser innecesaria. En efecto, el poder real, por su misma esencia, no puede compartirse; por eso el principle liberal pierde, no solo su autoridad, sino tambien su honra, pues mendiga una autoridad que Dios le habia otorgado plenamente.23 Los absolutistas tambien se oponian, por supuesto, a la forma de gobierno representative del regimen republican. En este sistema, comenta G6mez, los candidates sl6o son "gente aventurera comida por el satanico fuego de la ambici6n," y, los electores, "una manada de corderos que siguen al que les ensena un pedazo de pan" (p. 161). Las libertades forales En Espana, indica Palacio Atard, el sistema foral habia asegurado en ciertas regions un modo de gobierno auton6mico, la aplicaci6n de la justicia por jueces propios, la exenci6n del regimen fiscal ordinario de las provincias de la Corona de Castilla, y el derecho de mantener milicias propias, sin necesidad de proveer reclutas al ejercito del gobierno de Madrid (p. 173). A estos privilegios regionales se mostraban hostiles los gobiernos liberals, y, para ganarse la simpatia de los amantes de las libertades amena- zadas, los pretendientes carlistas se declararon siempre partidarios de proteger el regimen foral en caso de conquis- tar el trono. De hecho, uno de los manifiestos mas importantes del carlismo fue el firmado el 16 de junior de 1872 por Carlos VII y en el cual el pretendiente reconocia solemnemente los fueros de CataluFa. Y uno de los moments mas emocionantes durante la tercera guerra carlista fue el de la jura de los fueros de Vizcaya, tambien por Carlos VII, en acto celebrado bajo el roble de Guernica, donde cuatro siglos atras los Reyes Cat6licos habian jurado los mismos privilegios. Fue esta alianza con los fueristas lo que en gran parte determine la popularidad de la causa legitimista en el Pais Vasco, en Cataluna y en Arag6n. Apunta Bradley Smith: Nobility within the Carlist movement represented a potent minority, but the war was fought primarily by peasants from those parts of Spain that held sacred the right of the individual to control his immediate environment. Basques, Catalans and Aragonese fought for the right of self-determination first and for Don Carlos afterward. They fought against a liberal sector which believed that if the country was to progress no separate laws and privileges could be granted to each region; that constitutional government must prevail; that only a Spain united could solve its pressing problems.24 Los liberals lograron por fin imponer la supresi6n de los privilegios regionales despu6s de la derrota de los carlistas en la tercera guerra. Fernandez Almagro informa que una disposici6n patrocinada por Canovas del Castillo y aprobada el 21 de julio de 1876 por las Cortes, extendio "los deberes de acudir al servicio de armas cuando la ley los llama, y de contribuir, en proporci6n a sus deberes, a los gastos del Estado, a los habitantes de Vizcaya, Guipuzcoa y Alava, del mismo modo que a todos los demas de la naci6n" (I, 310-11). La cuesti6n religiosa En esta "lucha de principios" en la Espana del siglo XIX, el carlismo tambien se declare protector de los intere- ses de la religion cat6lica y se propuso restaurar la vieja alianza entire el altar y el trono, que habia sido la marca de los monarcas de la Casa de Austria y que luego se habia debilitado bajo los Borbones. Segun Antonio Ramos-Oliveira, la Iglesia misma crea el carlismo "cuando advierte que la monarqufa de Fernando se opone a que Espana sea la teocracia ideal con que los faniticos sonaban."25 Y agrega Ramos- Oliveira: Que el tendon ideal del carlismo era la teocracia no ofrece duda. Todos los hilos nos llevan a esa conclusion, y por si no bastara, ahi esta la par- ticipacion del clero en la guerra, sobre todo el regular; y el propio Cabrera, el insustituible caudillo de la causa, que debia saber lo que queria cuando asolaba el Maestrazgo, vino a corro- borarlo a su regreso de Londres, en 1848, cuando, retractandose de su viejo credo, declare que habia pasado la hora de la Inquisici6n y el gobierno de los frailes. (II, 238) Carlos V, caracterizado por Carr como "a sixteenth- century theocrat who passed among his followers as a saint," estableci6 desde el principio una intima asociaci6n entire el legitimismo y el catolicismo (p. 185). Una victoria de su ejercito, consagrado a la Virgen de los Dolores, "would have brought to the throne a man who believed absolute power under God must be exercised for the 'Glory of God and the prosperity of his Sacred Religion,'" asegura Carr (p. 185). Treinta y cinco anos despues de finalizar la primera guerra, Carlos VII, nieto del primer pretendiente, todavia segufa la misma linea trazada por sus antecesores en material de religion: "Espana es cat6lica y yo satisfare sus sen- timientos religiosos," afirm6 Carlos Maria de los Dolores en el manifiesto firmado en Morentin, el 16 de julio de 1874, y citado por Fernandez Almagro (I, 226). El 7 de noviembre anterior, este mismo pretendiente habia acudido a Loyola, centro spiritual del Pais Vasco, para ser ungido solemne- mente en su santuario y sellar asi su pacto con la Iglesia. Ahora bien, los carlistas ofrecian al pueblo espanol un renacimiento cat6lico en una epoca caracterizada por un violent antagonismo entire la Iglesia y los progresistas en el poder. John N. Schumacher observa que "the struggle of the Catholic Church against Liberalism in the nineteenth century nowhere, perhaps, took such extreme forms as it did 26 in Spain."26 Los gobiernos liberals se ensanaban en la Iglesia, tratando de deshacer en un dia los frutos de trece siglos de historic espanola. La Iglesia, a su vez, desco- nociendo a menudo las necesidades del siglo, se negaba a renunciar a ninguno de sus privilegios. En la Espana decimon6nica, los ataques a la Iglesia por parte de los liberals se remontaban al gobierno de las Cortes de Cadiz, organismo de tendencies liberalizantes que habia regido el destino de los espanoles libres durante los 6ltimos anos de la presencia napole6nica en Espana, y cuya labor, explican Antonio Ubieto y otros, "habia desmontado privilegios y pretendido subvertir un orden estamental" (p. 451). Los legisladores de Cadiz habian decretado, entire otras cosas: la incautaci6n del Fondo de Obras Pias (1 de abril de 1811); la venta de bienes de las 6rdenes militares (28 de agosto de 1811); el cierre de los conventos extin- guidos o reformados por el gobierno de ocupaci6n frances (agosto de 1812); la supresi6n del Tribunal del Santo Oficio o Inquisici6n (5 de febrero de 1813); y la expulsion del nuncio Gravina (5 de abril de 1813). Tambien habian proyec- tado la celebraci6n de un sinodo national sin autorizaci6n de la Santa Sede, pero el comienzo del reinado absolutista de Fernando VII en 1814 no lo permiti6. El monarca, ademas, orden6 la devolucion de los bienes eclesiasticos expropiados. La tregua disfrutada por la Iglesia se extendio apenas hasta 1820, ano en que se produjo la sublevacion iniciada por el entonces comandante asturiano Rafael de Riego, y en que el rey Fernando se vio forzado a jurar la Constituci6n de 1812 y a establecer un gobierno parlamentario. Durante la nueva estancia de los liberals en el poder, conocida en la historic como "el trienio liberal," se volvieron a imple- mentar medidas anticlericales: el 14 de agosto de 1820 se decret6 la expulsion de los jesultas de Espana y sus domi- nios, y en octubre del mismo ano se ordeno la supresion de todos los monasteries de las 6rdenes monasticas y la reform de las demas 6rdenes religiosas. Palacio Atard senala que esta ultima reformm" liberal prohibia las nuevas profesio- nes religiosas, vedaba la fundaci6n de nuevos conventos y mandaba el cierre de todas las casas con menos de veinticua- tro profesos (p. 123). Ademas, explica Palacio Atard, no podian mantenerse conventos en pueblos de menos de 400 habitantes ni se permitia mas de un convento de una misma orden en una ciudad, y las casas subsistentes quedaban some- tidas a los ordinarios diocesanos, por lo que se destruia la organizacion jerarquica de las 6rdenes con quebranto del derecho can6nico (p. 123). Segun William Callahan, a prin- cipios de 1822 se habian clausurado ya 801 casas religiosas, de un total de 1.661, y sus bienes habian pasado al erario.27 El clima de anticlericalismo durante el trienio liberal se caracteriz6 tambien por actos de violencia diri- gidos contra individuos del clero. Como resultado, hubo sacerdotes y religiosos que perdieron su vida, y algunos prelados, entire ellos los de Tarragona, Oviedo, Menorca y Barcelona, sufrieron persecuci6n y fueron expatriados. El obispo de Vich, fray Ram6n Strauch, fue pasado por las armas el 16 de abril de 1823. El advenimiento de la llamada "d6cada ominosa" o segundo period absolutista de Fernando VII (1823-1833) puso fin a los ataques contra la Iglesia. Despues del falleci- miento del monarca en 1833, sin embargo, la reina regente, Maria Cristina, se vio forzada a aceptar la colaboraci6n de los liberals para asegurar la posici6n de su hija Isabel ante las amenazas carlistas. Esta alianza de conveniencia trajo como resultado el acceso definitive de los liberals a los puestos de mando y la adopcion de nuevas medidas anticlericales. En julio de 1834, en Madrid, una muchedumbre movida por agitadores liberals dio muerte impunemente a cerca de un centenar de frailes en los conventos de San Francisco, la Merced, Santo TomAs y San Isidro. Estos incidents sangrientos, report Manuel Ciges Aparicio, se repitieron pronto en otras ciudades espanolas: Centenares de conventos desaparecen entire llamas. Se respeta a las religiosas, pero no a monjes ni a jesuitas. Fuera del radio que ocupan los carlistas se grita: ";Mueran los frailes!" Y donde el carlismo domina se responded con rabia: ";Mueran los liberales!"28 El 4 de julio de 1834 se decret6 de nuevo la extinci6n de la Compania de Jesus en Espana; el 25 se orden6 el cierre de todos los monasteries y conventos con menos de doce profe- sos; y el 8 de octubre de ese ano se prohibit a los prelados conferir 6rdenes mayores. En marzo de 1836 las propiedades de las 6rdenes se transformaron en bienes nacionales, y en julio de 1837 se anunci6 la supresi6n del diezmo, la clausu- ra de todos los conventos y la confiscaci6n de las propieda- des del clero secular. Ballesteros y Beretta declara que durante estos anos, al igual que durante el transcurso del trienio liberal, muchos obispos sufrieron persecucion, prisi6n o exilio: Los metropolitanos de Toledo, Valencia, Granada y Burgos estaban en el destierro. El cardenal Cienfuegos, arzobispo de Sevilla, habia sido con- finado a Cartagena (1836) y el padre Velez, arzobispo de Santiago, sufria igual pena en Menorca (21 de abril de 1835). El senor Echanove, arzobispo de Tarragona, se vio precisado a refu- giarse en una corbeta inglesa porque, desamparado de las autoridades, el populacho asalt6 su palacio y quem6 los conventos (1835); de Mah6n paso a Francia. A Francia se traslad6 asi mismo en mise- rable estado el octogenario obispo de Barbastro. El senor Andriani, obispo de Pamplona, se hallaba confinado en Ariza, y el de Palencia, senor Laborda, ingresaba en la circel de Corte de Madrid sin un maravedi para su natural subsistencia (8 de abril de 1835). Hasta el padre Cirilo, obispo de Cuba, era perseguido por sus turbulentos preben- dados, a quienes protegia el general progresista Lorenzo. (VII, 683) La incautaci6n y venta de los bienes de la Iglesia durante 1836 y 1837 fueron parte del program de desamorti- zaci6n implementado por el gobierno del entonces primer ministry Juan Alvares Mendizabal. Mediante las oportunas medidas legislativas, este program hacia posibles la venta, enajenacion o repartici6n de las tierras y los bienes vinculados hasta el moment a la Iglesia y a la nobleza. For una parte, la desamortizaci6n iba encaminada a salvar al gobierno liberal de la bancarrota, obligado como estaba a sufragar los gastos de la costosa contienda military contra los carlistas. Por otra parte, al debilitar el poder econ6mico de los dos pilares del Antiguo Regimen, anunciaba una radical transformaci6n social en Espana. La desamortizaci6n, sin embargo, no rindi6 todos los frutos esperados. En el aspect economic, fue un mal negocio para el Estado pues se tuvieron que subastar a bajo precio las tierras y edificios confiscados debido a la urgencia de las ventas y el temor de los compradores a que los carlistas las anulasen si ganaban la guerra. En el aspect social, comentan Antonio Ubieto y otros, "fue una especie de reform agraria al reves" (p. 446). Jaime Vicens Vives indica que "se limit a ser una transferencia de bie- nes de la Iglesia a las classes econ6micamente fuertes (grandes propietarios, aristocratas y burgueses), de la que el Estado sac6 el menor provecho y los labradores gran dano."29 En su referido studio, Palacio Atard cita las palabras pronunciadas en 1873 por el politico republican Pi y Margall sobre el descontento creado por la desamor- tizaci6n: No se ha distribuido la propiedad todo lo que exigian los intereses de la libertad y el orden, y los colonos, en vez de sacar provecho de la Revolucion, han visto crecer de una manera fabu- losa el precio de los arrendamientos. Eran casi duenos cuando estaba la propiedad en manos de la Iglesia y la nobleza, que, opulentas y estables, ni propendian al cambio de arrendatarios, ni tenlan afAn por estrujarlos; despues han sido muy otras sus condiciones y su suerte. Asi se explica que el nuevo orden de cosas haya tenido y tenga todavia en los campos tan escasos proselitos. (p. 220) Las expropiaciones no ayudaron a mejorar las relaciones entire Espa a y la Iglesia, y aun despues de terminar la primera guerra carlista, el papa Gregorio XVI, que siempre habia mirado con buenos ojos la causa del pretendiente legi- timista, se negaba a reconocer a Isabel II. Como resultado, la Santa Sede no accedia a nombrar para las sedes episcopa- les vacantes desde 1833 a los sacerdotes propuestos por el gobierno, ya que semejante acto implicaba un reconocimiento del poder legitimo de este. Por otra parte, el gobierno no accedia a reconocer a los candidates de Roma. Despues de varias quejas de Gregorio XVI sobre la conduct de Espana, la situaci6n lleg6 a tal estado de tirantez que en 1841 el ministry de Gracia y Justicia, Jose Alonso, tram6 un cisma entire la Iglesia espanola y la romana. Sin embargo, contra los deseos cismaticos de Alonso se declararon hasta los prelados de ideas liberals. Las diferencias entire el Estado espaiol y la Santa Sede llegaron a zanjarse finalmente por medio del Concor- dato negociado por ambas parties en 1851. Por los terminos de este acuerdo, el Estado espanol, entire otras cosas, reconocio la cat6lica como unica religion de los espanoles, accedi6 a que la educaci6n public y privada se conformara a las doctrinas de la Iglesia, y se comprometi6 a ayudar al episcopado y al clero en su lucha contra los enemigos de la fe. Ademas, prometi6 suspender la venta de las propiedades eclesiAsticas aun por liquidar. A cambio de estas concesio- nes, el papa admiti6 la validez legal de las ventas de bienes de la Iglesia efectuadas hasta la fecha del Concor- dato. Clarke aclara que "the moral validity of these sales, however, was purposely left ambiguous: the faithful had to settle the question with their own consciences" (p. 222). Durante el bienio liberal de 1854 a 1856, sin embargo, y para escandalo de la Iglesia, el gobierno quebrant6 los terminos del Concordato con la Santa Sede. Las ventas fueron reanudadas y los obispos que protestaron fueron des- terrados. El papa Pio IX rompi6 relaciones diplomaticas con Espana y conden6 severamente la violacion del tratado de 1851 en la alocuci6n pronunciada en consistorio secret el dia 26 de julio de 1855. En 1856 las ventas fueron sus- pendidas de nuevo, pero los bienes restantes de la Iglesia conservaron el caracter de propiedad public. Otros sucesos que por esa epoca ofendieron tambi6n sobremanera la conciencia cat6lica de los espanoles fueron el reconocimiento del Reino de Italia en 1865 por el primer ministry liberal O'Donnell, y la promulgaci6n de la Consti- tuci6n de 1869 despues del destronamiento de Isabel II. La nueva Constituci6n establecia el matrimonio civil y garan- tizaba la libertad de cultos. A los ojos de la Iglesia, el matrimonio civil sl6o venia a sancionar el concubinato y a socavar los cimientos morales de la sociedad, mientras que la libertad de cultos en un pals eminentemente cat6lico como Espana equivalia a conceder los mismos derechos al "error" que a la "verdad." Luego, como ya queda dicho, sobrevinieron el reinado de Amadeo de Saboya, hijo de quien con fuego de artilleria habia arrebatado la ciudad de Roma de manos del papa en 1870, y la Repdblica liberal de 1873, creaci6n de los mismos que habian atacado a la Iglesia duran- te las ultimas decadas. A lo largo de estos anos dificiles para la Iglesia es- panola, el carlismo, identificado por complete con la causa cat6lica, recibi6 la abierta colaboraci6n de innumerables cat6licos espanoles, con inclusion de figures eclesiasticas como el obispo de Le6n, don Joaquin Abarca, quien acompao6 al primer pretendiente en sus campanas militares y lo sigui6 luego al exilio; el obispo de Seo de Urgel, don Jose Caixal, quien desempeno el cargo de vicario general del Estado car- lista durante la tercera guerra y mAs tarde fue hecho pri- sionero y expulsado del pais por los republicans; y los conocidos sacerdotes guerrilleros Merino, Duenas y Santa Cruz, entire otros. Como senala Clarke, en resume, la causa legitimista manifesto claramente un caracter de cruzada religiosa: The Carlists were convinced that their cause was sacred; they were taught that a Liberal is one whose cynical indifference to religion, honour, and morality in this world will surely bring upon him damnation in the next. No fabled pacts between freemasons and devils were too grotesque for belief. The Carlists, on their side, were a religious brotherhood as well as a militant force. Neglect of confession was a symptom of contamina- tion amid the pure flock; important operations were subordinated to observance of the great Church festivals; men and officers daily recited the rosary publicly and together. The cause was further sanctified by the solemn anointing of the prince at Loyola, the shrine of the greatest Basque saint. (p. 356) Notas iBenito Perez Gald6s, Episodios Nacionales (Madrid: Libreria y Casa Editorial Hernando, 1928), VI, 272. 2Modesto Lafuente, Historia general de Espaia desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII, conti- nuada desde dicha epoca hasta nuestros dias por D. Juan Valera con la colaboraci6n de D. Andres Borrego y D. Antonio Pirala (Barcelona: Montaner y Sim6n, 1890), XX, xv. 3Carta reproducida por Estanislao de Kostka Bayo en Historia de la vida y reinado de Fernando VII en Espana (Madrid: Imprenta de Repull~s, 1842), III, 394. Citado por Manuel Pando Fernandez de Pinedo en Memorias del reinado de Isabel II (Madrid: Ediciones Atlas, 1964), II, 187. 5Carlos Martinez de Campos y Serrano, EspaHa belica, el siglo XIX (Madrid: Aguilar, 1961), p. 150. Antonio Ubieto, Juan Regla, Jose Maria Jover y Carlos Seco, Introducci6n a la Historia de Espana, 2.a ed. (Barce- lona: Editorial Teide, 1965), pp. 466-67. 7Raymond Carr, Spain, 1808-1939 (Oxford: Oxford University Press, 1966), p. 191. 8V. G. Kiernan, The Revolution of 1854 in Spanish History (Oxford: Oxford University Press, 1966), p. 18. 9H. Butler Clarke, Modern Spain, 1815-1898 (Cambridge: Cambridge University Press, 1906), p. 327. 10Theo Aronson, Royal Vendetta: The Crown of Spain, 1829- 1965 (Indianapolis: The Bobbs-Merrill Co., 1966), p. 85. 11Louis Bertrand y Sir Charles Petrie, The History of Spain (New York: Appleton-Century, 1937), p. 482. 12Charles E. Chapman, A History of Spain (New York: The Free Press, 1965), p. 504. 13Citado por Antonio Ballesteros y Beretta en Historia de Espaia y su influencia en la Historia universal, 2.a ed. (Madrid: Salvat Editores, 1956), VIII, 196-97. 14Texto de la proclama incluido por Melchor Fernandez Almagro en Historia political de la Espana contemporinea (Madrid: Ediciones Pegaso, 1956), I, 127. 15Charles A. M. Hennessy, The Federal Republic in Spain: Pi y Margall and the Federal Republican Movement, 1868-74 (Oxford: Clarendon Press, 1962), p. 177. 16Edgar Holt, The Carlist Wars in Spain (Chester Springs, Pennsylvania: Dufour Editions, 1967), p. 263. 17Segdn Martinez de Campos y Serrano, las guerras car- listas en la Espana decimon6nica ocasionaron aproximadamente un mill6n de muertes (p. 270). 18Jose Extramiana, Historia de las guerras carlistas (San Sebastian: L. Haranburu, 1979), p. 123. 19Vicente Palacio Atard, La Espana del siglo XIX, 1808- 1898 (Madrid: Espasa-Calpe, 1978), p. 172. 20 2Melveena McKendrick, Concise History of Spain (New York: American Heritage Publishing Co., 1972), p. 170. 21 21Martin Blinkhorn ofrece un panorama bastante amplio de las motivaciones econ6micas del carlismo decimon6nico en el primer capitulo de su libro Carlism and Crisis in Spain, 1931-1939 (Cambridge: Cambridge University Press, 1975), pp. 1-40. 22Juan Jose Pena e Ibdaez, Las guerras carlistas (San Sebastian: Editorial Espanola, 1940), p. 40. 23Valentin G6mez, Los liberals sin mascara (Madrid: Imprenta de Antonio Perez Dubrull, 1869), p. 203. 24 2Bradley Smith, Spain: A History in Art (Garden City, New York: Doubleday, 1970), pp. 259-60. 25Antonio Ramos-Oliveira, Historia de Espana (Mexico, D. F.: Compania General de Ediciones, 1952), II, 236. 2John N. Schumacher, "Integrism: A Study in Nineteenth- Century Spanish Politico-Religious Thought," The Catholic Historical Review, 48 (1962), 343. 27William J. Callahan, "The Origins of the Conservative Church in Spain, 1793-1823," European Studies Review, 10 (abril de 1979), 214. 2Manuel Ciges Aparicio, Espana bajo la dinastia de los Borbones (Madrid: M. Aguilar, 1932), p. 270. 29 29Jaime Vicens Vives, Aproximaci6n a la Historia de Espa-a, 3.a ed. (Barcelona: Editorial Vicens-Vives, 1962), P. 158. CAPITULO II CONSIDERACIONES LITERARIAS El tema carlista en algunas novelas espanolas El tema carlista ha ejercido un impact considerable en la novelistica espanola. Ademas de las obras narrativas que reflejan en detalle las implicaciones religiosas del carlismo decimon6nico y que son analizadas en los ultimos tres capitulos de este studio, existen otras conocidas novelas de los siglos XIX y XX en que se manifiesta tambien la problemAtica carlista. A continuaci6n, se comenta breve- mente la presencia del tema carlista en estas novelas, siguiendo el orden cronol6gico de su publicacion. La gaviota En La gaviota de Fern~n Caballero, aparecida en 1849, se encuentran ya referencias al carlismo.1 En esta novela, la autora conservadora y cat6lica ofrece en diversas ocasio- nes una vision desfavorable de los opositores de la causa legitimista. Al principio de la obra aparece el joven medico alemdn Fritz Stein, uno de los personajes principles, dirigiendose al frente de batalla durante la primera guerra carlista con la esperanza de colocarse como cirujano en el ej4rcito de la reina. Dos anos mas tarde, el idealista Stein se ve obligado a abandonar su puesto en el ejercito cristino por haber prestado desinteresadamente sus servicios medicos a un carlista herido. Dice Stein: Me veo ignominiosamente arrojado del ejercito, despues de dos anos de servicio, despues de dos anos de trabajar sin descanso, me veo acusado y perseguido, s6lo por haber curado a un hombre del partido contrario, a un infeliz que, perseguido como una bestia feroz, vino a caer moribund en mis brazos. (I, 45) Los mismos liberals que persiguen al bueno de Stein por haber realizado su acto caricativo, son tambi4n los respon- sables de la clausura del convento que guardian la familiar de la bondadosa tia Maria y el exclaustrado fray Gabriel. Al presenciar Stein el cuadro que ofrece este convento que ya no es convent" (I, 59), este "cuerpo sin alma" (I, 59), exclama: ;Que especticulo tan triste y espantoso! A la tristeza que produce todo lo que deja de existir, se une aqui el horror que inspira todo lo que perece de muerte violent y a manos del hombre. ;Este edificio, alzado en honor de Dios por hombres piadosos, condenado a la nada por sus descendientes! (I, 67-68) No debe sorprender, por supuesto, que el carlismo en La gaviota goce de las simpatias de personajes como la tia Maria y fray Gabriel, que representan el punto de vista tradicionalista y con los cuales la autora claramente se identifica. Para ellos, don Carlos y sus partidarios son "los buenos" (I, 59). Episodios Nacionales En algunos de los Episodios Nacionales de Benito Perez Gald6s, el carlismo desempena un papel importante2 Los Episodios, que convierten en material novelable la historic espanola del siglo XIX, desde el reinado de Car- los IV hasta la restauraci6n borb6nica, se componen de cuarenta y seis voldmenes divididos en cinco series y publi- cados entire 1873 y 1912. La presencia del tema carlista en los Episodios se comprueba especialmente en los ultimos volumenes de la segunda series y en algunos de la tercera, en los cuales Gald6s hace referencia a los origenes del car- lismo y present personajes y acontecimientos de la primera guerra. Pero a diferencia de Fernan Caballero, Perez Gald6s muestra la causa legitimista bajo una luz poco favorable. El autor hace sobre todo una critical despiadada del primer pretendiente, recogiendo en la obra no sl6o los juicios hos- tiles de los liberals sobre la persona de Carlos V, sino opinions vejatorias que atribuye a los propios carlistas. Del "representante de la Monarquia legitima y de los dere- chos de la Religi6n" (XXI, 255), de ese "soberano caracol, siempre con el trono a cuestas" (XXIII, 208), se dice que "no sabe ser guerrero ni politico, ni posee el arte de tra- tar a las personas cuyo concurso anhela" (XXVI, 234), y se asegura que "su sino era no hacer nada a tiempo, y ver silencioso y lelo el paso de las ocasiones" (XXVI, 249). El general carlista Cabrera, descontento con la actuaci6n de don Carlos durante la primera guerra, s61o reconoce el valor simb6lico del pretendiente: Aunque incapaz para la guerra y para el Gobierno, era el Rey, por divino mandate, la sacra bandera, el simbolo de la Causa; y de la regia persona, absolutamente inepta para todo, provenia la fuer- za moral de las cohortes del absolutismo. No habia, pues, mis remedio que cargar con el idolo, aunque este fuera una de las obras mas burdas del fetichismo dominant. jY por semejante figuron, hecho al modo de las imigenes vestidas, que por dentro no son mas que un armaz6n de madera tosca, se peleaban tantos valientes y se vertian rios de noble sangre! Claro que todo se hacia por la idea. El grosero idolo era una idea. (XXV, 251) El unico aspect que el narrador acepta sin discusi6n es la confianza plena que don Carlos Maria Isidro poseia en la legitimidad de sus derechos sucesorios: "Don Carlos no tenia talent, pero tenia fe, una fe tan grande en sus derechos, que 6stos y los Santos Evangelios venian a ser para Su Alte- za Serenisima una misma cosa" (XIX, 288). "Mis derechos son claros y vienen de Dios," afirma el propio pretendiente en el volume diez y nueve de los Episodios Nacionales (XIX, 283). La Regenta Leopoldo Alas aborda el tema de las relaciones entire el catolicismo espanol y el carlismo a traves de various personajes secundarios de su novela La Regenta, cuyas dos parties aparecieron respectivamente en 1884 y 1885.3 Segdn se comprueba en esta obra, los carlistas mas destacados de Vetusta pertenecen tambien a las filas de los defensores mis ardientes de la religion cat6lica. Ejemplos de este fen6meno son don Francisco de Asis Carraspique y dona Petronila Rianzares. Don Francisco, "uno de los individuos mas importantes de la Junta Carlista de Vetusta, y el mayor contribuyente que tenia en la provincia la soberania subrepticia de don Carlos VII," es conocido en la ciudad por sus millones y por una religiosidad sincera, profunda y ciega (I, 357). Carraspique, dos de cuyas cuatro hijas son monjas profesas, "era politico porque se le habia convenci- do de que la causa de la religion no prosperaria si los buenos cristianos no se metian a gobernar" (I, 357). Este personaje vetustense vive dominado por el Magistral don Fermin de Pas y por su propia esposa, "fanatica ardentisima, que aborrecia a los liberals porque alli en la otra guerra, los cristinos habian ahorcado en un arbol a su padre sin darle tiempo para confesar" (I, 357). El otro personaje, dona Petronila, aparece tambien en la novel bajo los sobre- nombres de "el obispo madre"--trata de potencia a potencia al obispo--y "el Gran Constantino"--una alusi6n al empera- dor que protegi6 a la Iglesia. La Rianzares "no pensaba mis que en su protecci6n al culto cat6lico y opinaba que los demas debian pasarse la vida alabando su munificencia y su castidad de viuda" (I, 447). Ademis, creasee poco menos que papisa y se hubiera atrevido a excomulgar a cualquiera provisionalmente, segura de que el Papa sancionaria su excomuni6n" (I, 446). Esta viuda de un antiguo intendente de La Habana, de quien hereda una de las fortunes mas respe- tables de la provincia, emplea gran parte de sus rentas "en servicio de la Iglesia, y especialmente en dotar monjas, levantar conventos y proteger la causa de Don Carlos" (I, 446). Conviene notar que asi como los paladines de la causa del pretendiente en Vetusta son todos catl6icos fervientes, los mas exaltados liberals se caracterizan por su posici6n anticlerical, resumida en la actitud del "liberalote" Foja, antiguo alcalde de Vetusta. Dice el narrador: "El ex- alcalde entendia asl la libertad: o se perseguia o no se persegula al clero" (I, 202). Los Pazos de Ulloa El clima de tension que conduce a la tercera guerra carlista se ve reflejado en Los Pazos de Ulloa, novela de Emilia Pardo BazAn publicada en 1886.4 El narrador indica que la tension es product de dos tendencies political en oposici6n: En el fondo de la voragine batallaban las dos grandes soluciones de raza, ambas fuertes porque se apoyaban en algo secular, lentamente sazonado al calor de la Historia: la monarquia absolute y la constitutional, por entonces disfrazada de monarquia democratic. (pp. 226-27) El conflict se hace sentir aun en la lejana region de los Pazos: La conmoci6n del choque llegaba a todas parties, sin exceptuar las fieras montanas que cercan a los Pazos de Ulloa. Tambien alli se politiqueaba. En las tabernas de Cebre, el dia de la feria, se oia hablar de libertad de cultos, de derechos indivi- duales, de federacion, de plebiscito--pronunciado como Dios queria, por supuesto. Los curas, al terminar las funciones, entierros y misas solem- nes, se demoraban en el atrio, discutiendo con calor algunos sintomas recientes y elocuentisi- mos, la primera salida de aquellos famosos "cuatro sacristanes," y otras menudencias. El senorito de Limioso, tradicionalista inveterado como su padre y abuelo, habia hecho dos o tres misteriosas ex- cursiones hacia la parte del Mino, cruzando la frontera de Portugal, y susurrabase que celebraba entrevistas en Tuy con ciertos pajaros; afirmabase tambien que las senoritas de Molende estaban ocu- padisimas construyendo cartucheras y no se que mis arreos belicos, y a cada paso recibian secrets avisos de que se iba a practicar un registro en su casa. (p. 227) La madre naturaleza En La madre naturaleza, que aparece en 1887 como con- tinuaci6n de Los Pazos de Ulloa, la Pardo Bazan se vale de los recuerdos de uno de los personajes, Gabriel Pardo de la Lage, para recrear la vida en el frente de batalla durante la ultima guerra carlista.5 Gabriel, official de artilleria del ejercito amadeista, recuerda que existia una extrana camaraderie entire los soldados de ambos bandos en el frente norte: La guerra, aunque civil, se hacia sin sana ni furor; en los intervalos en que no se disparaban tiros, los destacamentos enemigos, divididos solo por el ancho de una trinchera, se insultaban fes- tivamente, llamandose "carcas" y "guiris." Tambien se prestaban pequenos servicios, pasandose El Cuar- tel Real y El Imparcial de campo a campo; y en los frecuentes ratos de tregua, bajaban, se hablaban, se pedian fuego para el cigarro, y el teniente de artilleria "guiri" fraternizaba muy gustoso con los oficiales "carcas," tan buenos mozos y tan elegantes y marciales con sus guerreras orladas de astracan, a cuyo lado izquierdo lucia el rojo coraz6n del detente, y sus boinas con borla de oro, gentilmente ladeadas. (p. 63) El narrador informa que Gabriel, a causa de la naturaleza misma de la guerra, pierde su entusiasmo inicial: En las rudas montanas de Vasconia no veia Gabriel el element moral que vigoriza la fibra y calienta los cascos; no veia flotar la sagrada bandera de la patria contra el odiado pabell6n extranjero. Aquellas aldeas en que entraba ven- cedor eran espaiolas; aquellas gentes a quienes combatia, espanoles tambien. Se llamaban carlis- tas, y 41 amadeista: unica diferencia. (p. 63) El joven official, quien "cumplia con su obligaci6n sin calor ni fe," llega inclusive a preguntarse "si el deber y la patria estaban del lado de alla de la trinchera" (p. 63). Sonata de invierno El carlismo es un tema recurrente en la narrative de Ram6n del Valle-Inclan y se encuentra ya present en las Sonatas, que se publican entire 1902 y 1905 y que constitu- yen la obra mas representative del period modernista del autor. En la Sonata de invierno, ultima parte de la auto- biografia galante del marques de Bradomin, la corte carlis- ta de Estella sirve de scenario a la accion. Bradomin, cansado de su larga peregrinacion por el mundo, llega a la capital legitimista "disfrazado con los habitos ahorcados en la cocina de una granja por un monje contemplative, para echarse al campo por don Carlos VII" (p. 127), aclamado por los carlistas como "el Rey de los buenos cristianos" (p. 144). En esta Sonata, donde los personajes de ficci6n alternan con series hist6ricos (Carlos VII, la reina Margari- ta, los generals Dorregaray, Lizarraga y Cabrera, el cura Santa Cruz, etc.), el carlismo aparece especialmente como element decorative, y el narrador-protagonista revela el motive estetico de su afiliaci6n legitimista: Yo halle siempre mas bella la majestad caida que sentada en el trono, y fui defensor de la tradi- ci6n por estetica. El carlismo tiene para mi el encanto solemne de las grandes catedrales, y aun en los tiempos de guerra, me hubiera contentado con que lo declarasen monument national. (p. 164) En el transcurso de una conversacion con el marques de Bradomin, en otra escena de la misma Sonata, el pretendiente reconoce la importancia de la alianza entire el carlismo y el catolicismo. Dice don Carlos VII: "Cabrera, ya habras vis- to, se declara enemigo del partido ultramontano y de los curas facciosos. Hace mal, porque ahora son un poderoso auxiliar. Creeme, sin ellos no seria possible la guerra" (p. 135). La cathedral En La cathedral, novela de 1903, el socialist Vicente Blasco Ibanez proyecta una imagen adversa de los combatien- tes carlistas.7 El protagonista Gabriel Luna, seminarista toledano, abandon sus studios para incorporarse por un tiempo a los "ejercitos de la fe" que luchan a favor de don Carlos durante la tercera guerra. Para los catolicos espa- noles, el carlismo constitute una respuesta a la impiedad imperante: En la cathedral y el seminario habia gran revuelo, comentindose de la manana a la noche las noticias de Madrid. La Espaia traditional, la de los gran- des recuerdos hist6ricos, se venia abajo. Las Cortes Constituyentes eran un volcan, un respira- dero del infierno para las negras sotanas que for- maban corro en torno del periodico desplegado. Por cada satisfacci6n que les proporcionaba un discurso de Manterola, sufrian disgustos de muerte leyendo las palabras de los revolucionarios, que asestaban fuertes golpes al pasado. La gente cle- rical volvia sus miradas a don Carlos, que comen- zaba la guerra en las provincias del Norte. El rey de las montaias vascongadas pondria remedio a todo cuando bajase a las llanuras de Castilla. (p. 69) Pero al llegar al frente norte, segun el narrador, Gabriel sufre un desencanto: Se habia imaginado encontrar algo semejante a las antiguas expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que hincaban la rodilla antes de entrar en combat para que Dios estuviera con ellos, y por la noche, despues de ardientes plegarias, dormian con el puro sueno del asceta; y se encontraba con rebanos armados, indociles al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos de que la guerra se prolongase todo lo possible para mantener la existencia de holganza errante a costa del pais, que ellos crelan la mas perfect; gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza se desbanda- ban hambrientas atropellando a sus jefes. Al en- trar en los pueblos gritaban: ";Viva la Religion!," pero a la mas leve contrariedad, los combatientes de la Fe se hacian esto y aquello en Dios y en todos los santos, no olvidando en sus sucios jura- mentos ni a los mas sagrados objetos del culto. (pp. 71-72) Con el tiempo, hasta los antiguos escrupulos de seminarista de Gabriel desaparecen "ahogados bajo la corteza de hombre de horda con que la guerra le endurecia" (pp. 72-73). Zalacain el aventurero En Zalacain el aventurero, de 1909, Pio Baroja ofrece una vision panoramica de la tercera guerra carlista en el Pals Vasco, desde los antecedentes de la contienda hasta su conclusion.8 El narrador explica los motives de la partici- pacion de los vascos en la lucha a favor del carlismo: Los vascos, siguiendo las tendencies de su raza, marchaban a defender lo viejo contra lo nuevo. Asi habian peleado contra el romano, contra el godo, contra el arabe, contra el castellano, siempre a favor de la costumbre vieja y en contra de la idea nueva. (p. 56) La Republica espanola, ademas, "era una calamidad." Y continue el narrador: "Los periodicos hablaban de asesinatos en Malaga, de incendios en Alcoy, de soldados que desobede- clan a los jefes y se negaban a batirse. Era una vergUenza" (p. 55). Pero en la novela, la critical de la Republica no impide una ridiculizaci6n sistematica de la causa legitimis- ta. Los ataques del narrador y de los personajes se dirigen sobre todo contra la figure de Carlos VII, de quien se afirma que es "un Borbon vulgar, extranjero y extranjeriza- do" (p. 56), "un aventurero grotesco" (p. 56), "un rey ridiculo" (p. 105), "un estupido hombre guapo" (p. 105), y "un tipo vulgar, plano y opaco, sin ninguna condici6n" (p. 110). De un veteran de la primer guerra, se dice en una ocasi6n que teniaa la double bestialidad de ser cat6lico y de ser carlista" (p. 101), y en otro lugar se caracteriza de "atrasados y fanaticos" a los vascos legitimistas (p. 51). El protagonista, Martin Zalacain, joven de temperament impetuoso y libre al estilo de los heroes barojianos, traba- ja para los carlistas en el contrabando de armas pero se reconoce liberal en el fondo (p. 144). La muerte violent del aventurero Zalacain el 29 de febrero de 1876, el dia despues de pasar don Carlos VII a Francia, coincide con el t6rmino de la ultima guerra y marca el final de la obra. Memorias de un hombre de acci6n Pio Baroja reanuda los ataques contra el carlismo en sus Memorias de un hombre de acci6n, aparecidas entire 1913 y 1935.9 Los veintid6s tomos de las Memorias recuentan las aventuras de don Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen, personaje que vive de 1792 a 1872 y que Baroja relaciona con figures hist6ricas prestigiosas y hace participar en sucesos impor- tantes de la Espana de su epoca. Aviraneta, que intervene en la primera guerra carlista combatiendo a favor de los liberals, define su liberalism como "libertad de pensar, libertad de movimientos, lucha contra la tradici6n que nos sofoca, lucha contra la Iglesia" (IV, 539). En un dialogo con el cura Merino, a quien Aviraneta acusa de haber defen- dido "a un pobre mentecato" en su derecho al trono y de haber matado "para mayor gloria de Dios" (IV, 432), el protagonista de las Memorias declara: "Yo llamo canalla a ese pobre imbecil de Don Carlos; llamo canalla a esos arist6cratas grotescos con los cuales usted se mezcla; llamo tambien canalla a esa tropa de curas y frailes que quieren jugar a los grandes generals" (IV, 431). Y aiade: "Pensar que gran parte de esta guerra se ha hecho por la legitimi- dad, ila legitimidad de Don Carlos!, del hijo de una mujer como Maria Luisa, que reconocio en Roma que ninguno de sus hijos era de su marido" (IV, 431). Nuestro Padre San Daniel Gabriel Mir6 situa la acci6n de su novela Nuestro Padre San Daniel, publicada en 1921, en la imaginaria ciudad levantina de Oleza.10 Oleza, insigne por el ndmero de sus monasteries (p. 693), es la ciudad levitica por excelencia: "Oleza criaba capellanes, como Altea marines y Jijona turro- neros," comenta el narrador (p. 702). Este baluarte del catolicismo espanol es tambien el foco carlista de la comar- ca (p. 693). En Oleza, de hecho, la religion y el carlismo aparecen intimamente ligados. Para los olecenses, por lo general, la militancia en el partido carlista require el que se sea cat6lico practicante, y viceversa; a sus ojos, los intereses de la Iglesia y los de la causa legitimista son exactamente los mismos. El carlismo mantiene su vigencia en Oleza aun despues de terminada la tercera guerra--los anos de la ficci6n coinciden con los del pontificado de Le6n XIII, quien gobierna a la Iglesia de 1878 a 1903 (p. 729). Los carlis- tas de Oleza inclusive realizan un intent de alzamiento cuando ya el resto de Espana se dedica a otras faenas: La juventud del Circulo, apostada en los altos de su cas6n, esper6 al enemigo y se abras6 en la calentura colectiva. Ya no pudo resistir la quietud de sus manos engarfiadas en los fusiles gloriosos de la postrera guerra, y dispar6 al aire y vitore6 inflamadamente a Nuestro Padre San Daniel y al Rey Carlos VII. Revivia la tradicidn purisima; y volvieron a cebar las viejas carabinas y pistolas. (p. 797) En Nuestro Padre San Daniel, el representante principal del carlismo es don Alvaro Galindo y Serrallonga, "valeroso caudillo de la buena causa" (p. 721), privado del desterrado Carlos VII (pp. 723 y 750), y cuyo semblante austero, compor- tamiento circunspecto y moral inflexible lo asemejan a "un santo de piedra antigua" (p. 742). Cuestiones political y asuntos personales traen a Oleza a este personaje, quien repite a "los buenos cat6licos" de "la legitima y cristiana villa" la promesa del pretendiente (p. 793): "Dar a la amada Espana la libertad que s6lo conoce de nombre; la libertad que es hija del Evangelio, no el liberalism que es hijo de la Protesta" (p. 722). Pronto, la imaginaci6n popular comienza a tejer "una tunica de gloria, de leyenda de prin- cipe, con que vestir a don Alvaro" (p. 745). Como indica el narrador, la ciudad cree descubrir un cercano parentezco entire don Carlos y su valido: En torno a don Alvaro se posaba un humo de miste- rio. Los intentos que de seguro llevo a la ciudad, sus lucidos mandos en las batallas, su privanza con el "senor," todo convidaba a career que bajo las relaciones de principe y subdito se escondia un intimo lazo de sangre. Hasta los mis tibios olecenses miraban y comparaban obstinada- mente la faz del forastero y las fotografias del desterrado. Enjuto don Alvaro, y grueso don Carlos; pero en los dos la misma arrogancia de hombros. Mas dulce la mirada del principe, pero iguales sus ojos, iguales las cejas, la energia de los maxilares, el corte de la barba. Y pronunci6- se con acatamiento la palabra "bastardo," y en los estrados de las families adictas se record la figure de don Juan de Austria. (p. 723) Al ingenuo don Daniel Egea, convencido de la ascendencia real de don Alvaro, lo entusiasma la idea de casar a su unica hija con el soltero caballero legitimista, y el rico hacendado olecense hace lo possible por concertar dicho matri- monio. Exclama don Daniel: ";Si una hija mia! ;Si una hija mia fuese la elegida de un hombre como 6l!" (p. 726). El ilusionado senor no descubre la falsedad de los rumors sobre don Alvaro hasta despues de lograr la formalizaci6n del compromise de la joven pareja. El hallazgo, informa el narrador, desciende "como una espada" en el coraz6n del padre de la prometida (p. 750). Don Daniel trata de conso- larse a si mismo pensando que don Alvaro, despues de todo, "seguia siendo un patricio de la ciudad de los Borja, un privado de los reyes que arrastraban su manto por los soli- tarios caminos del destierro" (p. 750). Debe mencionarse aqui que Oleza y muchos de sus habi- tantes encuentran una segunda vida literaria en El obispo leproso, de 1926.11 En esta otra novela de Gabriel Mir6, al igual que en Nuestro Padre San Daniel, existe una atracci6n hacia el aspect sensual o el valor estetico de lo religio- so (las vestimentas, los ritos y recintos sagrados, etc.), y los simpatizantes de la causa legitimista, en su mayoria, aparecen como series farisaicos, "sepulcros blanqueados" que esconden su mezquindad spiritual bajo una fachada de rec- titud moral. En El obispo leproso, sin embargo, el tema carlista desempeia un papel muy secundario. El Ruedo Ib4rico Valle-Inclan incluye algunas referencias al carlismo en las tres novelas de El Ruedo Iberico (La corte de los milagros, Viva mi dueno y la incomplete Baza de espadas), publicadas por primera vez en 1927, 1928 y 1932, respecti- 12 vamente.12 En esta trilogia, la causa legitimista es blanco de la s1tira esperpentica, y tambien objeto de juicios critics que no se hallan en las Sonatas. En El Ruedo, vision burlesca de los ultimos anos del reinado de Isabel II, se desvaloriza sobre todo la figure del pretendiente Car- los VII. En Baza de espadas, los propios carlistas afirman maliciosamente que se trata apenas de "un Rey para el bello sexo," de "un magnifico ejemplar" cuya imagen a caballo satisface el amor de los espanoles por el espectaculo: "Espana, como todos los pueblos latinos, adora las imigenes. Un Rey a caballo, que luzca en paradas y procesiones, sera siempre popular en Espana" (p. 209). Ademas, hasta en sus menores palabras, el pretendiente "descubre un providen- cialismo fanitico y ultramontano" (p. 210). Y en Viva mi due o, el general Cabrera se lamenta de que sea don Carlos Maria, y no su padre don Juan, "muy superior al hijo en todo," el que se halle al frente de la causa (p. 158). Don Carlos, "hechura de dos mujeres fanaticas, sin un adarme de sinderesis, es ambicioso pero falto de vision political y se encuentra dominado por la princess de Beira, su abuela paterna (p. 158). Realidad y ficci6n en la obra novelesca El studio de las referencias a la realidad historic en las novelas analizadas en este trabajo, no implica un desconocimiento o una negaci6n del cardcter esencialmente ficticio de las mismas. De hecho, segun afirma Vitor Manuel de Aguiar e Silva, no se trataria de una obra literaria si en ella el mensaje no creara imaginariamente su propia realidad, si su palabra no diera vida a un universe de ficci6n.13 Rene Wellek y Austin Warren tambi6n puntualizan la naturaleza fundamentalmente imaginaria de la obra literaria: The nature of literature emerges most clearly under the referential aspects. The center of literary art is obviously to be found in the traditional genres of the lyric, the epic, the drama. In all of them, the reference is to a world of fiction, of imagination. The statements in a novel, in a poem, or in a drama are not literally true; they are not logical propositions. There is a central and important difference between a statement, even in a historical novel or a novel by Balzac which seems to convey "information" about actual happenings, and the same information appearing in a book of history or sociology. Even in the subjective lyric, the "I" of the poet is a fictional, dramatic "I." A character in a novel differs from a historical figure or a figure in real life. He is made only of the sentences describing him or put into his mouth by the author. He has no past, no future, and sometimes no continuity of life. Time and space in a novel are not those of real life. Even an apparently most realistic novel, the very "slice of life" of the naturalist, is constructed according to certain artistic conventions.14 Mariano Baquero Goyanes, refiriendose al mismo fen6meno, senala que inclusive la novela hist6rica, "por mas que se apoye en datos reales, cae de lleno en el dominio de la ficci6n, por obra y gracia de la libre y creadora manipula- ci6n a que el novelist somete ese material arrancado al preterito."15 Y anade Baquero Goyanes en su obra citada: Se trata, en ultima instancia, del viejo problema de c6mo un material tomado de la realidad--ya se trate de sucesos del pasado, evocados a trav6s de la historic; ya del present en que describe el novelist; ya de hechos o actitudes de su personal existencia--se transform en ficci6n novelesca por virtud de la imaginaci6n creadora, que no se con- tenta con transcribir o reproducir mecanicamente, sino que opera artistic, interpretativamente, transfigurando y modificando esos datos reales al someterlos a la especial presi6n y tono que com- porta todo mundo especificamente novelesco. (p. 109) En su studio "Poesia y realidad en el Poema del Cid," Americo Castro tambien senala que lo hist6rico en la obra poetica debe ser considerado como un element mas dentro de una construcci6n, y que es siempre susceptible al prop6sito o a la intenci6n del autor, es decir, al determinado efecto que este quiere lograr. No obstante la legitima autonomia artistic y la natu- raleza basicamente ficticia de la obra literaria, esta siempre mantiene estrechos vinculos con la realidad obje- tiva, de la cual proceden los elements necesarios para la creaci6n artistic. Raul Castagnino afirma que "aun sin quererlo, la literature, siendo ficcion, artificio, se transform en documento."7 El mismo Aguiar e Silva reco- noce que "la ficci6n literaria no se puede desprender jams de la realidad empirica." Y agrega: "El mundo real es la matriz primordial de la obra literaria" (p. 18). En el caso especifico de la obra novelesca, Gonzalo Torrente Ballester indica que "nada hay en la novela que no haya pertenecido antes a la realidad."18 Y Edwin Muir apunta que, despues de todo, "the fact that the novelist writes about life is not so very extraordinary: It is the only thing he knows anything about."19 Como resultado de los nexos entire el mundo externo, objetivo, y la novela, se puede encontrar a menudo en las paginas de esta la proyecci6n de una realidad hist6rico- social determinada. Ya en su temprano intent de definir la novela, Clara Reeve expresa que "the novel is a picture of real life and manners, and of the times in which it is written."20 Mariano Baquero Goyanes, en su studio Que es la novela, asegura que "en cierto modo toda novel se nutre de la hora hist6rica en que nace y la refleja con mayor o menor exactitud" (p. 14). Otro conocido critic espanol contemporaneo, Antonio Prieto, declare al respect: La novela se manifiesta como algo representative de un estado hist6rico-social--del que es sintoma y/o al que simboliza--y que es acogido, en su actualidad, por grupos sociales que ven en la novela inquietudes, problems o testimonio que no tenian en el grupo forma concreta.21 Georg Lukacs hace referencia igualmente a los lazos entire la novela y la realidad social en su tratado sobre la novel hist6rica: Society is the principal subject of the novel, that is, man's social life in its ceaseless interaction with surrounding nature, which forms the basis of social activity, and with the different institutions or customs which mediate the relations between individuals in social life. The world of the novel is a thoroughly concrete, complex and intricate world inclusive of all the details of human behaviour and conduct in society.22 Y anade Lukdcs en su mismo studio: "The development of the relationship between individual and society forms the very life element of the novel" (p. 141). Las novelas que analizamos en este trabajo ilustran inmejorablemente esa intima relaci6n que puede llegar a establecerse entire la realidad historica y la ficci6n en el arte narrative. La constant realista En el caso de los escritores espanoles que tratan el tema carlista en sus obras, conviene recorder tambien la constant realista que caracteriza a la tradici6n literaria a que pertenecen, y que ha sido reconocida por algunos de los mis destacados historiadores contemporaneos de la lite- ratura espanola--Juan Luis Alborg, Damaso Alonso, Guillermo Diaz-Plaja, Emiliano Diez-Echarri, Jose Maria Roca Franquesa y Angel del Rio, entire otros. Las novelas que reflejan las circunstancias del fen6meno carlista en la Espana decimon6ni- ca revelan la arraigada tendencia espanola de mantener una estrecha correspondencia entire el mundo de la obra literaria y el de la realidad externa. Esta correspondencia, por supuesto, no constitute una conformidad exacta con el mundo objetivo. Como senala Ram6n Menendez Pidal, el primer historiador literario de importancia que se ocupa de la constant realista en las letras espaHolas y posiblemente la mayor autoridad en el asunto, "lo estrictamente real nunca es artistico."3 Segun Men6ndez Pidal: El realismo espanol consiste en concebir la idea- lidad poetica muy cerca de la realidad, muy sobria- mente. Quiere lograr la transubstanciacion poeti- ca de la realidad tocando de subjetividad, de emoci6n, de universal idealidad las complejas par- ticularidades de lo inmediato aprensible, sin practicar en ellas una abundante poda destinada a obtener formas de abstract generalidad, y sin consentir a la fantasia sus mas avanzadas y libres aportaciones en substitucion de lo eliminado. (p. xxxvii) En su studio sobre los caracteres fundamentals de la lite- ratura espanola, Arturo Farinelli indica que la tendencia a infundir en el pdblico una sensaci6n de realidad se encuentra ya present en el arte de los primitivos juglares castellanos: El poeta, el juglar o el rapsoda no tiende hacia otras esferas que las bien visible y tangibles de su hogar y de su patria. Su Musa es austera, llana y sencilla; huye de la exaltaci6n, no pre- tende inventar; los hechos observados constituyen su dominion preferido; y procede enlazindose fra- ternalmente con la historic, desdenando sueios y quimeras.2n Benito Perez Galdos y Emilia Pardo Bazan tambien hacen refe- rencia al fenomeno del realismo como constant en la litera- tura espanola. En su Prologo a la edici6n de 1900 de La Regenta de Leopoldo Alas, Perez Galdos apunta que desde tiempos remotos los autores espa'oles "conocian ya la sobe- rana ley de ajustar las ficciones del arte a la realidad de la naturaleza y del alma, representando cosas y personas, caracteres y lugares como Dios los ha hecho."25 En La cuesti6n palpitante, por su parte, dice Pardo Bazan: Es el realismo tradicion de nuestra literature y arte en general; nuestros narradores se distin- guieron por la frase grafica y la observaci6n franca y sincera; y desde los tiempos gloriosos de nuestra mayor prosperidad intellectual, Cervan- tes hizo al lector trabar conocimiento con jife- ros y rameras, arrieros, galeotes y picaros de la hampa, y lo condujo a la almadraba y a la casa non sancta de La tia fingida; que por entonces no se le daban a la literature polvos de arroz, ni nadie la perfumaba con almizcle, ni era remilgada damisela atacada de vapores y desmayos, sino matrona robusta y bizarre, enamorada de la vida real y de la aventura y heroica existencia del Renacimiento.26 La novela hist6rica Avrom Fleishman ofrece una definici6n de la novela hist6rica en su studio sobre el desarrollo de dicho genero 27 en Inglaterra.27 Dice Fleishman: "As art is of the imagi- nation, the historical novel will be an exercise of the imagination on a particular kind of object." Y continue: "It is an imaginative portrayal of history, that is, of past states of affairs affecting human experience" (p. 4). Fleishman explica que generalmente calificamos de "hist6ri- cas" a las novelas situadas en un pasado no cercano--cuando media una distancia temporal de no menos de cuarenta a sesen- ta anos, unas dos generaciones, entire los events novelados y el moment de la composici6n--y cuyo argument incluye sucesos hist6ricos, preferiblemente de la vida public, que afectan directamente el destino individual de los personajes (p. 3). Ademas, senala Fleishman, en la obra debe figurar al menos un personaje de caracter hist6rico, tomado de la realidad: The historical novel is distinguished among novels by the presence of a specific link to history: not merely a real building or a real event but a real person among the fictitious ones. When life is seen in the context of history, we have a novel; when the novel's characters live in the same world with historical persons, we have a historical novel. (pp. 3-4) Madeleine de Gogorza Fletcher concuerda con Fleishman en lo referente a la distancia temporal que debe separar a la novela hist6rica de los hechos narrados en ella a fin de que exista la necesaria perspective historica. Gogorza Fletcher estima que la novela en que el autor recrea aconte- cimientos recientes, de su epoca, debe ser reconocida como 28 "episodio national" y no como "novela hist6rica."28 En el studio de Fleishman se llama a este tipo de obra "novel of the recent past" (p. 3). Segun la critical, la novela hist6rica se propone sobre todo infundir nueva vida, por medios artisticos, en los series que vivieron los acontecimientos historicos. Lo que verdaderamente importa en esta novela, apunta Georg Lukics en The Historical Novel, "is not the retelling of great historical events, but the poetic awakening of the people who figured in those events" (p. 42). Amado Alonso hace referencia igualmente a esta diferencia fundamental entire la novela hist6rica y la historic: La historic quiere explicarse los sucesos, obser- vandolos criticamente desde fuera y cosiendolos con un hilo de comprensi6n intellectual; la poesia quiere vivirlos desde dentro, creando en sus acto- res una vida autenticamente valedera como vida, gracias al acto poetico de instalarse el author en cada uno de sus personajes, identificandose alter- nativamente con ellos, viviendolos intense y profundamente con una conciencia lucida que le permit sentir y expresar con nitidez, presenta- tiva y no explicativamente, hasta las mas pequenas raicillas de cada movimiento.29 Esta exploraci6n de los recintos vedados al historiador, que el novelist hist6rico realize en su intent de recrear po4ticamente a los personajes de la historic, es comentada tambien por Edward M. Forster: The historian deals with actions, and with the characters of men only so far as he can deduce them from their actions. He is quite as much concerned with character as the novelist, but he can only know of its existence when it shows on the surface. If Queen Victoria had not said, "We are not amused," her neighbours at table would not have known she was not amused, and her ennui could never have been announced to the public. She might have frowned, so that they would have deduced her state from that--looks and gestures are also historical evidence. But if she had remained impassive, what would any one have known? The hidden life is, by definition, hidden. The hidden life that appears in external signs is hidden no longer, it has entered the realm of action. And it is the function of the novelist to reveal the hidden life at its source: to tell us more about Queen Victoria than could be known, and thus produce a character who is not the Queen Victoria of history.30 Como parte de su esfuerzo por comunicar "the feeling of how it was to be alive in another age," segun las pala- bras de Avrom Fleishman (p. 4), el novelist hist6rico no s6lo revive poeticamente a figures autenticas tomadas direc- tamente de las piginas de la historic, sino que present personajes de ficci6n cuyo valor documental es tambien con- siderable. En su studio ya citado, por ejemplo, Lukacs indica que en las obras mas importantes del novelist hist6rico ingles Walter Scott, "historically unknown, semi- historical or entirely nonhistorical persons play the leading role," pero reconoce que asi y todo, "these, too, are monumental historical figures" debido a su caracter representative (p. 38). Lo mismo puede afirmarse de los hechos narrados por el novelist hist6rico. Estos aconteci- mientos a menudo proceden de la imaginaci6n poetica del autor, pero no por eso dejan de arrojar luz sobre las circunstancias de un determinado process hist6rico. Por otra parte, cuando el escritor insisted en presentar episodios reales, se limita generalmente a seleccionar los que mis convienen a su prop6sito. Por eso Lukacs afirma que seria una equivocaci6n imaginar que Tolstoy verdaderamente ofrece un cuadro complete de las guerras napole6nicas en La guerra y la paz. Dice Lukics: "What he does is, every now and then, to take an episode from the war which is of particular importance and significance for the human development of his main characters." Y anade: "Tolstoy's genius as an histori- cal novelist lies in his ability to select and portray these episodes so that the entire mood of the Russian army and through them of the Russian people gains vivid expression" (p. 43). El cultivo de la novela hist6rica floreci6 en Espana en los anos treinta y cuarenta del siglo XIX, alentado sobre todo por el gusto romAntico por los temas medievales. De la popularidad disfrutada por el genero son testimonio las numerosas traducciones de novelas hist6ricas extranjeras que comenzaron a circular por el pais a partir de 1825, ano de la publicaci6n de la primera edici6n espanola de Ivanhoe, del ingl6s Walter Scott. Entre los autores extranjeros cuyas obras fueron traducidas al espanol y publicadas en Espana, figuraron tambien los americanos Washington Irving (Cr6nicas de la conquista de Granada, 1831) y James Fenimore Cooper (El ultimo mohicano, 1832); el italiano Alessandro Manzoni (Los novios, 1833); y los franceses Victor Hugo (Nuestra Senora de Paris, 1836) y Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros del rey Luis XIII, 1843).31 Pero de todos ellos, fue Walter Scott quien alcanz6 mas fama en aquel moment. En su Ensayo sobre la novela hist6rica, Amado Alonso informa que Scott, cuyo nombre "se glorificaba en Europa como el del genio de la novela," era para la critica de todas parties "la media absolute con que justipreciar los meritos relatives de los demas novelistas" (pp. 56 y 60). En Espana, el primero en cultivar el genero de la novela hist6rica segin el modelo romantico fue Ram6n Lopez Soler, quien en 1830 public Los Bandos de Castilla. Esta obra abunda en lances caballerescos y tiene por fondo la agitada corte de Juan II durante la privanza de don Alvaro de Luna. En su pr6logo, que muestra caracter de manifiesto, L6pez Soler anuncia los "dos objetos" de la novela: "Dar a conocer el estilo de Walter Scott y manifestar que la histo- ria de Espana ofrece pasajes tan bellos y propios para des- pertar la atenci6n de los lectores como los de Escocia e Inglaterra."32 Pronto, la moda de componer novelas hist6ri- cas atrajo a muchos escritores espanoles, e incluso a algu- nos cuyo puesto en la historic de la literature se debe al cultivo de otros generos, como Jose de Espronceda (Sancho Saldana, 1834), Mariano Jose de Larra (El doncel de don Enrique el Doliente, 1834) y Francisco Martinez de la Rosa (Dona Isabel de Solis, Reina de Granada, 1837). En la actualidad, segun indica Juan Luis Alborg, la critical con- sidera unanimemente a El senor de Bembibre como la mejor novela hist6rica del romanticism espaol.33 Esta obra de nsanl Esta obra de Enrique Gil y Carrasco, aparecida en 1844, trata el tema de la disoluci6n de la Orden del Temple en Espana y se destaca por la calidad lirica de sus descripciones de la region del Bierzo. El entusiasmo por la novela hist6rica romantica en Espana decreci6 con la misma vertiginosidad con que se habia propagado poco tiempo antes. Jose F. Montesinos opina que "la novela hist6rica fracas porque nadie que la abord6 entire nosotros supo lo que hacia."4 Amado Alonso, en su mencionado ensayo, atribuye el "temprano abandon relative" que sufri6 esta novela a dos defects fundamen- tales: su actitud informative y detallista, con perjuicio del desarrollo normal de la creacion po4tica, y su escasa validez hist6rica, product de abundantes anacronismos y demas fallas eruditas (pp. 86-87). Esta escasa validez hist6rica hizo declarar a "Azorin" que las novelas de este tipo "no tienen de hist6ricas sino el nombre."35 Hoy dia, es este el genero mAs olvidado de toda la production literaria del romanticismo espanol. Resultaria problematico el conceder a las novelas estudiadas en los Ultimos capitulos de esta tesis la clasi- ficaci6n de "hist6ricas." Por una parte, la separaci6n temporal entire los events narrados y la fecha de composi- ci6n de las obras no garantiza la indispensable perspective hist6rica. Los autores vivian ya al ocurrir los aconteci- mientos que reconstruyen literariamente. Nuestros novelis- tas se basan en el testimonio recibido directamente de testigos de los hechos, y Unamuno inclusive presencia el sitio carlista de Bilbao durante su niez. Por otra parte, s6lo en Paz en la guerra de Unamuno y en Gerifaltes de anta"no de Valle-Inclan aparecen series "hist6ricos" alter- nando con los de ficci6n. Las obras del genero hist6rico y las estudiadas aqui, sin embargo, si coinciden en la presentaci6n de sucesos de la vida national en los que de un modo u otro participan los personajes. En este sentido, pues, la novel hist6rica espanola de la primera mitad del siglo XIX puede considerarse como un precedent literario de las novelas del carlismo. El realismo decimononico Ademds de ser utilizado para describir una constant en el desarrollo de la literature espaiola, el t4rmino "realismo" es empleado para identificar el movimiento literario que estableci6 las pautas de la novelistica espa- nola de la segunda mitad del siglo XIX. Esta novela, como indica Eduardo G6mez de Baquero, "no habia de ser hist6rica, a la manera de Walter Scott, sino contemporanea y muy ligada al espectaculo social de su tiempo." Y aiade: "Cuando fue hist6rica con Gald6s, sus temas fueron de historic contem- poranea, de la que puede leerse, mis o menos deformada, en los peri6dicos y no ha de buscarse en los antiguos cro- nistas de Castilla."36 Con este "cambio del ambiente hist6rico ideal, propio de la novela hist6rica romvntica, por un ambiente hist6rico concrete actual," segun define Gaspar G6mez de la Serna el paso de la narrative romantica a la realista, se crean ya las condiciones favorables para la aparici6n de las novelas del carlismo.37 German Bleiberg y Julian Marias senalan que "el escri- tor realista aspira a captar en su obra la vida tal y como es," e incluyen como caracteristicas de la tendencia realis- ta en la obra narrative: la pintura del ambiente local; la descripci6n de costumbres y sucesos contemporaneos; la afici6n al detalle mas nimio; el espiritu de imitaci6n "fotografica"; y la reproduccion del lenguaje coloquial o familiar y de giros regionales.38 Estos rasgos se encon- traban ya presents en los articulos costumbristas de la primera mitad del siglo XIX, que desempenaron un papel fun- damental en los origenes de la novela realista espanola. Los autores de las escenas de costumbres echaron los cimien- tos de la future narrative cuando aun se escribian en Espana las novelas hist6ricas romanticas: "Los costumbristas se aplicaron a la observaci6n de una realidad que va a ser luego la de la gran novela del siglo XIX," apunta Jose F. Montesinos. Y agrega: "La importancia del costumbrismo como educador de la sensibilidad y del gusto de novelistas y pdblico es considerable."39 Entre los que mas se desta- caron en el arte de la pintura de las costumbres de la epoca figuraron Serafin Estebanez Calder6n (1799-1867), Ram6n de Mesonero Romanos (1803-1882) y Mariano Jos6 de Larra (1809- 1837). El punto de partida de la narrative realista espanola de la segunda mitad del siglo XIX fue La gaviota de Fernin Caballero, publicada en 1849 con el subtitulo de "novela original de costumbres espanolas" y resenada ya al princi- pio de este capitulo. La autora, quien profesaba el prin- cipio de que "la novela no se inventa, sino que se observa," anuncia en el pr6logo de la obra que se propone "dar una idea exacta, verdadera y genuina de Espana, y especialmente del estado actual de su sociedad, del modo de opinar de sus habitantes, de su indole, aficiones y costumbres" (I, 7). Se trata, en resume, de "un ensayo sobre la vida intima del pueblo espanol, su lenguaje, creencias, cuentos y tradicio- nes" (I, 7). La tendencia iniciada por Fernan Caballero en la novelistica espanola alcanz6 su maximo representante en Perez Gald6s (1843-1920), quien en su discurso de ingreso a la Real Academia, titulado "La sociedad contemporanea como material novelable," expuso su concepci6n realista del genero novelesco: Imagen de la vida es la novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humans, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeno, las almas y las fisonomias, todo lo spiritual y lo fisico que nos constitute y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de la raza, y las viviendas, que son el signo de la familiar, y la vestidura, que disena los ultimos trazos externos de la personalidad; todo esto sin olvidar que debe existir perfect fiel de balanza entire la exactitud y la belleza de la reproduccion.40 La Generaci6n del 98 Como parte del studio de los factors que contribu- yeron a la creacion de un ambiente propicio para el trata- miento del tema carlista en la novelistica espanola, hay que considerar la preocupacion patri6tica que distinguio a los miembros de la llamada Generacion del 98, a la que pertene- cieron Unamuno, Valle-Inclan y Baroja, entire otros. Pedro Lain Entralgo indica que ya desde el period mAs temprano de su formacion, los hombres del 98 "comienzan a sentir el malestar oculto de la 'Espana real,' esto es, la existencia de un grave problema en los cimientos mismos de la Patria."41 Mas tarde, cuando Espana se ve en el nadir de su orbita hist6rica, al producirse la desintegraci6n final de su imperio colonial tras la derrota sufrida en la guerra con los Estados Unidos, los "noventayochistas" acuden al studio de la esencia de lo espanol en un esfuerzo por hallar soluciones a los problems nacionales. El impact de los acontecimientos de 1898 en los miembros del grupo --simbolizado en la historic literaria por el nombre que recibe la generaci6n--es comentado por Emiliano Diez-Echarri y Jose Maria Roca Franquesa: Los hombres del 98, desconcertados, abrumados por la catistrofe colonial, se reconcentran en si mismos para formularse la angustiosa pregunta: "iQue va a ser de Espana?" Solos, sin aliados, sin colonies, sin fuentes de riqueza, ahora: ",Que va a ser de Espaia?" Y para mejor contestar al interrogante empiezan por estudiar la aut6ntica naturaleza y ser de la patria, en el double plano hist6rico y geogrifico. 2 No debe sorprender que los escritores de esta genera- cion "cuyo problema esencial fue Espana," como indica Pedro Salinas, se ocuparan de asuntos de interns national en sus obras literarias.43 "Azorin," descubridor y miembro de la generaci6n, afirma que se trata de obras que salen "de nuestro amor a Espana." Y anade: Lo que los escritores de 1898 querian no era un patriotism bullanguero y aparatoso, sino serio, digno, s6lido, perdurable. A ese patriotism se llega por el conocimiento minucioso de Espana. Hay que conocer--amandola--la historic patria. Y hay que conocer--sintiendo por ella carino--la tierra espanola.44 La presencia de la tematica del carlismo decimononico en la novelistica de los noventayochistas Unamuno, Valle-Inclin y Baroja, en conclusion, confirm el interns de los miembros del grupo por la historic del pueblo espanol. La critical sociol6gica La investigaci6n de la dimension social de la litera- tura constitute una de las ramas principles de la critical literaria modern. El reconocimiento de la necesidad de estudiar el fen6meno literario desde la perspective de sus vinculaciones sociales aparece ya en la critical romintica con Mme. de Stael, quien en su obra De la litterature considered dans ses rapports avec les institutions sociales, dada a conocer en 1800, se propone "examiner quelle est l'influence de la religion, des moeurs et des loix sur la litt6rature, et quelle est l'influence de la litterature sur la religion, les moeurs et les loix."45 Mas tarde, durante el mismo siglo XIX, la critical positivista, y en particular Hippolyte Taine, se ocup6 tambien de las relaciones entire la literature y la sociedad. Taine, quien estima que el valor fundamental de la obra literaria estriba en su cardc- ter de "signo" o documentt" de una epoca, expresa en su historic de la literature inglesa, publicada por primera vez en 1864, que "through literary monuments we can retrace the way in which men felt and thought many centuries ago." Y agrega: "This method has been tried and found successful."46 La critical marxista, apoyandose en el principio de que las supraestructuras son determinadas por las infraestructuras econ6micas y sociales, tambien ha contribuido a establecer una concepci6n sociol6gica del fen6meno literario. En la actualidad, la critical sociol6gica sigue funda- mentalmente dos orientaciones. Por una parte, hacienda uso de encuestas, estadisticas y otros procedimientos especifi- cos de las ciencias sociales, se trata de analizar las circunstancias externas del hecho literario. Seg6n Aguiar e Silva en su Teoria de la literature: Tal sociologia de la literature se preocupa del creador y de la creacion (Lcuil es el origen social del escritor?, Ade quien o de qu4 dependia financieramente el escritor?, ique funcion desem- pena la literature en una 6poca determinada, en una sociedad determinada, etc.?); de la difusi6n del hecho literario (organizacion editorial, cir- cuitos de distribuci6n del mensaje literario, papel de los circulos de lectura, de las bibliote- cas, de la prensa, radio y television, etc.); y del destino y los efectos de las obras literarias (Lque clase de public consume una obra litera- ria?, Lqu6 buscan en la literature los diversos pdblicos?, etc.). (pp. 484-85) Este metodo de aproximacion objetiva de la critical sociol6- gica es expuesto por el frances Robert Escarpit en su cono- cida Sociologie de la litterature.47 Por otra parte, reconociendo el valor de la obra de arte como "espejo de la conciencia social" y "reflejo de la vida," segun expresa Matilde Elena L6pez, la critical socio- 16gica contempordnea tambien se ocupa del studio de las relaciones entire la realidad de caracter hist6rico y social y las estructuras y el contenido del texto literario en si. Dentro de esta otra corriente se ubica, por ejemplo, el "estructuralismo genetico" del critico marxista Lucien Goldmann, que se basa en la hip6tesis de que un determinado grupo social siempre fija de antemano las estructuras de la obra y las comunica por medio del autor. Dice Goldmann: Le caractbre collectif de la creation litteraire provient du fait que les structures de l'univers de l'oeuvre sont homologues aux structures mentales de certain groups sociaux ou en relation intelligible avec elles, alors que sur le plan des contenus, c'est-a-dire de la creation d'univers imaginaires regis par ces structures, l'4crivain a une liberty totale.49 Segdn Aguiar e Silva, el m6todo de Goldmann trata sobre todo de relacionar la "vision del mundo"--"un ideal de hombre, ideal de relaciones inter-humanas, cierta concepci6n de las relaciones entire el hombre y la divinidad, entire el hombre y el universo"--de la obra, con la de un grupo social (p. 484). En Le Dieu cach4, por ejemplo, Goldmann vincula el element estructurador--la vision tragica--de Phedre de Racine y de las Pensees de Pascal a la vision del mundo de la secta jansenista.50 A esta segunda orientacion de la critical sociol6gica pertenece tambien otro tipo de studio que, sin presentar los principios deterministas del estructuralismo genetico, se encarga de examiner el valor documental del contenido de la obra literaria. Refiriendose a esta otra aproxima- ci6n sociol6gica al texto, mas traditional y comun que el m4todo de Goldmann, dicen Rene Wellek y Austin Warren en Theory of Literature: The most common approach to the relations of literature and society is the study of works of literature as social documents, as assumed pictures of social reality. Nor can it be doubted that some kind of social picture can be abstracted from literature. (p. 102) Wellek y Warren ofrecen los siguientes ejemplos: Chaucer and Langland preserve two views of fourteenth-century society. The Prologue to the Canterbury Tales was early seen to offer an almost complete survey of social types. Shakespeare, in the Merry Wives of Windsor, Ben Jonson in several plays, and Thomas Deloney seem to tell us something about the Elizabethan middle class. Addison, Fielding, and Smollett depict the new bourgeoisie of the eighteenth century; Jane Austen, the country gentry and country parsons early in the nineteenth century; and Trollope, Thackeray, and Dickens, the Victorian world. At the turn of the century, Galsworthy shows us the English upper middle classes; Wells, the lower middle classes; Bennett, the provincial towns. A similar series of social pictures could be assembled for American life from the novels of Harriet Beecher Stowe and Howells to those of Farrell and Steinbeck. The life of post- Restoration Paris and France seems preserved in the hundreds of characters moving through the pages of Balzac's Human Comedy; and Proust traced in endless detail the social stratifications of the decaying French aristocracy. The Russia of the nineteenth-century landowners appears in the novels of Turgenev and Tolstoy; we have glimpses of the merchant and the intellectual in Chekhov's stories and plays and of the collectivized farmers in Sholokhov. Examples could be multiplied indefinitely. One can assemble and exposit the "world" of each, the part each gives to love and marriage, to business, to the professions, its delineation of clergymen, whether stupid or clever, saintly or hypocritical; or one can specialize upon Jane Austen's naval men, Proust's arrivistes, Howells's married women. (p. 103) Ahora bien, al estudiar la literature por su valor documental, es necesario recorder que la obra literaria, en definitive, no "es" la realidad, y que esta es siempre susceptible de determinados efectos esteticos que el autor desea producer. El cuadro que la obra muestra de la "vida" constitute, a lo mls, una selecci6n subjetiva de hechos hist6ricos y sociales. Por eso, cuando se analiza el con- tenido hist6rico y social de la obra literaria, se debe investigar tambien el procedimiento selective o deformativo empleado por el escritor para poder determinar el caracter de la relaci6n que ese contenido mantiene con la legitima realidad: "Is it realistic by intention? Or is it, at certain points, satire, caricature, or romantic idealiza- tion?," preguntan Wellek y Warren acerca del cuadro presen- tado por la obra (p. 104). Wellek y Warren explican que "literature must, of course, stand in recognizable relation to life, but the relations are very various: the life can be heightened or burlesqued or antithesized; it is in any case a selection, of a specifically purposive sort, from life" (p. 212). El critic sociol6gico Henri Zalamansky, partiendo de la hip6tesis de que "tout auteur repond 'a une problematique de l'4poque," ofrece una defense de la investigation del contenido social de la obra literaria o lo que 41 denomina "la sociologie des contenus."51 El tipo de studio propues- to por Zalamansky para el analisis de temas sociales como el colonialismo, la vida urbana y el matrimonio en la literature contemporanea, se basa no en un superficial reconocimiento de la creaci6n literaria como simple "espejo" o reproducci6n direct de la realidad, sino mas bien en la aceptaci6n de la obra como una respuesta individual del autor a esa realidad. Por eso, Zalamansky expresa que su "sociologia de los contenidos" no solo se plantea la pregun- ta basica de "quelle image de notre socie4t la litterature revel-t-elle?," sino que tambien trata de esclarecer otros puntos relacionados con el mensaje del escritor: "Quelles reponses les livres de notre epoque apportent-ils h nos problbmes? Dans quel universe intellectual nos lectures nous plongent-elles? A quelles pressions sommes-nous soumis par ce que nous lisons?" (pp. 127-28). Nuestro studio de la proyecci6n literaria del carlis- mo religioso en la novelistica espanola se inspira en los esfuerzos que realize la critical sociol6gica por investigar el aspect documental del contenido literario. Notas 1Fernan Caballero, La gaviota: Novela original de costumbres espaolas, 2 tomos (Madrid: Librerla de Antonio Rubinos, 1928). 2Benito Perez Gald6s, Episodios Nacionales, 46 tomos (Madrid: Libreria y Casa Editorial Hernando, 1928). 3Leopoldo Alas, La Regenta, 2 tomos (Madrid: Libreria de Fernando Fe, 1900). Emilia Pardo BazAn, Los Pazos de Ulloa (Madrid: Renacimiento, 1886). 5Emilia Pardo Bazan, La madre naturaleza (Buenos Aires: Emece Editores, 1944). Ram6n del Valle-InclAn, Memorias del marquis de Bradomin: Sonata de primavera, Sonata de estio, Sonata de otono, Sonata de invierno, studio preliminary de Allen W. Phillips, 2.a ed. (M6xico, D. F.: Editorial Porrua, 1972). 7Vicente Blasco IbAiez, La cathedral (Valencia: F. Sempere, 1903). 8- Pio Baroja, Zalacain el aventurero (Buenos Aires: Espasa-Calpe Argentina, 1943). 9Pio Baroja, Memorias de un hombre de acci6n, tomos IIIy IV de las Obras completes (Madrid: Biblioteca Nueva, 194). 1Gabriel Mir6, Nuestro Padre San Daniel, en Obras completes de Gabriel Mir6 (Madrid: Biblioteca Nueva, 1943), pp. 691-806. 11Gabriel Miro, El obispo leproso, en Obras completes de Gabriel Mir6 (Madrid: ~iblioteca Nueva, 1943), pp. 807-944. 12Ram6n del Valle-Inclan, Baza de espadas (Barcelona: Editorial A. H. R., 1958), La corte de los milagros (Buenos Aires: Editorial Losada, 1940) y Viva mi dueno (Buenos Aires: Editorial Losada, 1940). 13Vitor Manuel de Aguiar e Silva, Teoria de la literature, trad. Valentin Garcia Yebra (Madrid: Editorial Gredos, 1975), P. 33. 14Rene Wellek y Austin Warren, Theory of Literature, 3.a ed. (New York: Harcourt, Brace and World, 1962), pp. 25-26. 15Mariano Baquero Goyanes, Que es la novela, 2.a ed. (Buenos Aires: Editorial Columba, 1966), pp. 13-14. 16Americo Castro, "Poesia y realidad en el Poema del Cid," en Semblanzas y studios espaFoles (Princeton: sin editorial, 1956), p. 4. 17Radl H. Castagnino, El andlisis literario, 10.a ed. (Buenos Aires: Editorial Nova, 1976), p. 78. 18 8Gonzalo Torrente Ballester, "La novela: Una respuesta a la realidad," Hoja Informativa de Literatura y Filologia de la Fundaci6n Juan March, ndm. 49 (1977), p. 1. 19 1Edwin Muir, The Structure of the Novel (London: The Hogarth Press, 1963), pp. 10-11. 20 2Clara Reeve, The Progress of Romance (New York: The Facsimile Text Society, 1930), p. 111. Esta obra fue publi- cada originalmente en 1785. 21Antonio Prieto, Morfologia de la novela (Barcelona: Editorial Planeta, 1975), p. 24. 22 2Georg Lukacs, The Historical Novel, trad. Hannah y Stanley Mitchell (New York: Humanities Press, 1965), p. 139. 23Ram6n Menendez Pidal, "Algunos caracteres primordiales de la literature espanola," en el tomo I de Historia general de las literaturas hispinicas, ed. Guillermo Diaz-Plaja (Barcelona: Editorial Barna, 1949), p. xxxvii. 24 2Arturo Farinelli, "Consideraciones sobre los caracteres fundamentals de la literature espanola," en el tomo I de Divagaciones hispanicas: Discursos y studios critics (Bar- celona: Bosch, 1936), p. 93. 25Benito Perez Gald6s, Pr6logo, en el tomo I de La Regenta de Leopoldo Alas (Madrid: Libreria de Fernando Fe, 1900), pp. ix-x. 26Emilia Pardo Bazan, La cuesti6n palpitante, en el tomo III de las Obras completas, ed. Harry L. Kirby, Jr. (Madrid: Aguilar, 1973), p. 646. E concept de la tradicion realis- ta en la literature espanola merece aqui una breve aclara- ci6n. La linea del popularismo, el realismo y el localismo, como senala Damaso Alonso, sl6o constitute uno de los terminos de la dualidad que define la esencia de la litera- tura espanola; el otro, segun el mismo Alonso, es la linea de la selecci6n, el antirrealismo y la universalidad. Ver "Escila y Caribdis de la literature espanola," en Estudios y ensayos gongorinos (Madrid: Editorial Gredos, 1955), p. 26. Guillermo Diaz-Plaja reconoce como a representantes mAximos de la tendencia idealista, tan valida como la rea- lista, a G6ngora, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Becquer y Juan Ram6n Jimenez. Ver Hacia un concerto de la literatu- ra espanola, 4.a ed. (Madrid: Espasa-Calpe, 1962), pp. 38- 39. A veces, ambas direcciones pueden hallarse en la producci6n literaria de un mismo autor, como en el caso de "los dos Gongoras," e inclusive en el seno de una misma obra, como en La Celestina y el Quijote. 27Avrom Fleishman, The English Historical Novel: From Walter Scott to Virginia Woolf (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1971). 28 2Madeleine de Gogorza Fletcher, The Spanish Historical Novel, 1870-1970 (London: Tamesis Books Limited, 1974), p. 15. 29Amado Alonso, Ensayo sobre la novela hist6rica (Buenos Aires: Instituto de Filologia, Facultad de Filosofia y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1942), p. 18. 30 30Edward Morgan Forster, Aspects of the Novel (New York: Harcourt, Brace and Co., 1927), p. 72. 31De las obras traducidas al espanol de cada uno de los autores mencionados, se incluye la que mayor fama alcanzo en Espana, seguida de la fecha de su primer edici6n espa- nola. 32Citado por Guillermo Diaz-Plaja, Introduccion al studio del romanticismo espanol, 2.a ed. (Madrid: Espasa- Calpe, 1942), p. 241. Diaz-Plaja reproduce aqui el texto complete del "manifiesto romantico" de L6pez Soler. 33Juan Luis Alborg, Historia de la literature espanola (Madrid: Editorial Gredos, 1980), IV, 683. SJose F. Montesinos, Introducci6n a una historic de la novel en Espana, en el siglo XIX, seguida del esbozo de una bibliografia espaTola de traducciones de novelas (1800-1850) (Valencia: Editorial Castalia, 1955), p. xii. 35Jose Martinez Ruiz, "La novela hist6rica," en Clasicos y modernos (Buenos Aires: Editorial Losada, 1939), p. 140. 36Eduardo G6mez de Baquero, El renacimiento de la novela espanola en el siglo XIX (Madrid: Editorial Mundo Latino, 1924), p. 34. 37Gaspar G6mez de la Serna, Espana en sus episodios nacionales (Madrid: Ediciones del Movimiento, 1954), p. 26. 38German Bleiberg y Julian Marias, Diccionario de la literature espanola, 2.a ed. (Madrid: Revista de Occidente, 1953), pp. 606-607. 39Jose F. Montesinos, Costumbrismo y novela: Ensayo sobre el redescubrimiento de la realidad espanola (Valencia: Edi- torial Castalia, 1960), p. 12. 4Benito Perez Gald6s, Discursos leidos ante la Real Academia Espanola en la recepci6n pdblica del Sr. D. Benito Perez Gald6s, del 7 y 21 de febrero de 1897 (Madrid: Tello, 1897), p. 8. 4Pedro Lain Entralgo, "La generaci6n del noventa y ocho y el problema de Espana," Arbor, 11 (1948), 420. 42Emiliano Diez-Echarri y Jose Maria Roca Franquesa, Historia general de la literature espanola e hispanoameri- cana (Madrid: Aguilar, 1960), p. 1256. 43Pedro Salinas, Literatura espanola, siglo XX (Mexico, D. F.: Editorial Seneca, 1941), p. 54. 4Citado por Pedro Lain Entralgo, La generacion del noventa y ocho (Buenos Aires: Espasa-Calpe Argentina, 1947), p. 92. 45Madame de Stall-Holstein, De la litterature considered dans ses rapports avec les institutions sociales, ed. Paul Van Tieghem (Geneve: Librairie Droz, 1959), I, 17. 46Hippolyte Adolphe Taine, History of English Literature, trad. Henry Van Laun (New York: The Colonial Press, 1900), I, 1. Para Taine, "monumentos literarios" son las obras que constituyen "a transcript of contemporary manners and customs and the sign of a particular state of intellect" (I, 1). Dice Taine de las obras de literature: "If they provide us with documents, it is because they are monuments" (I, 26). 4Robert Escarpit, Sociologie de la litterature, 3.a ed. (Paris: Presses Universitaires de France, 1964). 48Matilde Elena L6pez, Interpretacion social del arte (San Salvador, El Salvador: Direcci6n General de Publicacio- nes, Ministerio de Educaci6n, 1965), p. 170. 4Lucien Goldmann, Pour une sociologie du roman (Paris: Gallimard, 1964), p. 226. 50Lucien Goldmann, Le Dieu cache (Paris: Gallimard, 1955). 51Henri Zalamansky, "L'Etude des contenus: Etape fondamentale d'une sociologie de la litterature contempo- raine," en Le litteraire et le social: Elements pour une sociologie de la litt6rature, ed. Robert Escarpit (Paris: Flammarion, 1970), p. 122. CAPITULO III MARTA Y MARIA DE PALACIO VALDES Entre las dos docenas de obras que integran la pro- ducci6n novelistica del conocido escritor asturiano Armando Palacio Valdes (1853-1938), Marta y Maria ocupa un lugar destacado.1 Medio siglo despues de su primera publicaci6n en 1883, Cesar Barja senala que Marta y Maria "ha sido y sigue siendo una de las novelas del autor mas leidas y gus- 2 tadas,"2 y Hymen Alpern indica que la critical la aclama "as his best novel."3 La obra present un detallado studio comparado de la personalidad de las dos hermanas Elorza (Marta, la mujer de casa, hacendosa, sencilla, carinosa; y Maria, la rom6ntica y contemplative), en las cuales Joaquin de Entrambasaguas reconoce una interpretaci6n artistic de las hermanas evangelicas. Pero la novela constitute sobre todo una critical del "falso" misticismo representado por Maria, cuyo fanatismo religioso la lleva a incorporarse a las filas del carlismo castrense. La joven ve el legitimis- mo como "la causa de los buenos cristianos que trataban de volver a Jesds a su santo trono y arrojar de 61 a la sober- bia y a la herejia" (p. 94). Marco hist6rico En Marta y Maria, la lucha entire carlistas y republi- canos durante los anos 1873 y 1874, una decada antes de la aparicion de la obra, ofrece un punto de apoyo al desarrollo de los acontecimientos novelescos. Las referencias directs a la realidad hist6rica, sin embargo, se encuentran reduci- das a un minimo. En Nieva, donde mora la acaudalada familiar Elorza, opera una junta carlista que sostiene estrechas relaciones con la junta central y con el ejercito del pretendiente Carlos VII.5 Los legitimistas de la poblaci6n, instigados por la junta central, decide levantar una partida dentro del territorio: Fueron noticias circunstanciadas a Bayona, vinieron 6rdenes y planes de conduct, hubo infi- nitos cabildeos, mezclaronse algunas mujeres, salieron subrepticiamente fusiles de la fabrica sustraidos por algunos operarios carlistas, e hizose acopio de boinas blancas y polainas. (p. 92) Por fin, despu6s de largos meses de preparacion, salen al campo unos treinta hombres (la decima parte de los juramen- tados para salir aquella noche), a cuya cabeza march el president de la junta local, D. Cesar Pardo. Los alzados, en su mayoria estudiantes y seminaristas, se encaminan a las montanas, pero al dia siguiente una docena de guardias civi- les los sorprende en el moment de estar acampados comiendo y los devuelve a la villa amarrados. D. Cesar y los j6venes son desterrados entonces a las Islas Canarias, de donde logran fugarse poco despues en un vapor extranjero. De regreso en Nieva, se ocultan en las casas de los partida- rios de la causa y comienzan a tramar la capture de la fabrica de armas que existe en la ciudad: La conspiraci6n estaba bien tramada. A la una de la madrugada debian reunirse cincuenta hombres en la huerta de un rico hacendado carlista y otros cincuenta en la bodega de otro para prover- se de armas y uniforms. A las dos en punto marcharian todos hacia la fabrica, cuya guardia no pasaba de veinticinco hombres, y la atacarian ostensiblemente por las puertas, mientras otros escalarian por detras las tapias. Una vez dentro, se apoderarian con rapidez de los fusiles cons- truidos cargandolos sobre mulos que tambien esta- ban preparados, pegarian fuego a los talleres y se saldrian a toda prisa de la poblaci6n. Para cuando fuesen atacados contaban llevar ya quinien- tos o seiscientos hombres bien provistos de armas y municiones. (p. 98) Un "soplo," sin embargo, pone al comandante de la provincia sobre aviso y, horas antes de producirse el golpe, los cons- piradores legitimistas son arrestados. Este segundo fracaso de los carlistas de Nieva marca el fin de sus actividades subversivas en la novela. Carlismo y religion En Marta y Maria, la guerra carlista se manifiesta esencialmente como guerra de religion. El narrador explica el fundamento religioso de la contienda: En la epoca en que estos sucesos se efectuaban, el clero y las tendencies religiosas de nuestro pueblo padecian cierta persecucion por parte del gobierno, depositado a la saz6n en manos de los liberals mas extremados y mas conocidos por sus ideas hereticas, lo cual, como era de esperar, habia excitado vivamente las conciencias timora- tas, encendiendo en las provincias del Norte, mas religiosas de suyo y mas apegadas a nuestra tradi- cion, una sangrienta y obstinada guerra civil que amenazaba concluir con el orden politico estable- cido y de paso con nuestra riqueza y prestigio. Todas las personas mas o menos piadosas y amantes de nuestras tradiciones catolicas, todo el que detestaba la persecuci6n que la Iglesia padecia y ansiaba el reinado de Jesus en la tierra por mediaci6n de sus ministros, estaba pendiente de esta guerra formidable donde se debatian, no solo los derechos mas o menos respetables de un pre- tendiente al trono, sino tambien los mas cars y augustos intereses de la Religi6n. (p. 92) Y continue el narrador exponiendo la dimension religiosa del conflict: Los que frecuentaban las iglesias y se relacio- naban con el clero, ligabanse tacitamente contra los herejes del poder, acogiendo con alegria y comunicAndose velozmente las noticias favorables a la causa monarquico-cat6lica, y llenos de zozobra y tristeza las adversas. En las casas de los hacendados mas ricos, en las sacristias y en las trastiendas de algun comerciante absolutis- ta lease ocultamente el Cuartel Real, diario official del pretendiente que llegaba de vez en cuando entire las piezas de cretona o los paquetes de macarrones. Celebrabanse con gran pompa fun- ciones de desagravio a la Virgen por las impieda- des vertidas en el Congreso de los diputados, funciones que en alguna ocasi6n terminaron vio- lentamente por la intervenci6n de unos cuantos republicans ebrios. Crecia la devocion al culto, sobre todo al de los Sagrados Corazones de Jesus y de Maria, y much gente piadosa iba en peregri- naci6n al santuario de Lourdes, contando de regre- so a sus amigos las buenas disposiciones y la s6lida organizaci6n que tenian las huestes cat6li- cas en las provincias vascas. Algunos j6venes de las families mas conocidas de Nieva habian desaparecido de la noche a la manana, dandose por seguro que habian ido a engrosarlas. (p. 92) Pero los comentarios del narrador no son el unico vehiculo por medio del cual se revela el carlismo religioso en la novela. En realidad, el principal exponente de los vinculos entire el carlismo y el catolicismo en Marta y Maria es el personaje de Maria Elorza, cuya afiliaci6n legitimis- ta obedece exclusivamente a motives religiosos. Como apunta Clyde Glascock, la mistica Maria "wants to regenerate Spain and take it away from the republicans who are atheists and give it back to the Carlists who are Catholics." Cuando a los oidos de la senorita Elorza llegan noti- cias de los golpes que sufre la Iglesia a manos de los republicans en el poder, la devota joven sufre una indigna- ci6n que no sl6o renueva su dedicaci6n a la causa de la religion sino que comienza a desarrollar en ella una anti- patia hacia el "impio" gobierno de Madrid: La primog6nita de la casa de Elorza, ardentisima devota del culto religioso, entregada con alma y vida a la divina tarea de santificar su espiritu y salvarlo de las garras del pecado, incansable trabajadora del campo de la virtud evangelica, aspirando siempre a una perfeccion mayor y celosa propagadora de la fe y la piedad, no podia menos de participar en la indignacion que ardia en los pechos de las personas con quienes mas se rela- cionaba. A sus oidos llegaba muy aumentado el ruido de los excess revolucionarios y de las impiedades diariamente vertidas por las hojas peri6dicas de la capital, puesto que ella jams osaba leerlas. Los confesores le encargaban que rogase a Dios en sus oraciones por el triunfo de la Iglesia y la confusion y arrepentimiento de sus enemigos; las amigas y companeras de cofradia la solicitaban para que hiciese con ellas novenas de desagravio a la Virgen; en no pocas ocasiones le pidieron limosna para algun sacerdote que yacia en la miseria y otras veces para las infelices monjas de algun convento arrojadas de 41 cruel- mente para transformarlo en cuartel. Todas estas cosas iban fomentando en su alma entusiasta y ardiente, a par de un carino fervoroso a las san- tas instituciones asi perseguidas, profunda aver- si6n a sus perseguidores y a los implos que gober- naban contra la ley de Dios. (p. 93) Con el tiempo, Maria llega a sentir la necesidad de expresar su indignaci6n a trav6s de la acci6n: "Vio claramente que su Jesus padecia por las injusticias de los hombres y que demandaba su concurso, que le pedia una nueva prueba de amor arrancdndola al bienestar que disfrutaba y arrojandola en medio de los huracanes del mundo" (p. 93). Maria se encuen- tra consciente de que "Dios se complace muchas veces en mostrar su poder encargando la consecucion de grandes empresas a una humilde y flaca criatura" (p. 94). Por eso, la joven acepta gustosamente la oportunidad de colaborar con los conspiradores carlistas, que luchan "contra la soberbia y la herejia" (p. 94), cuando su tio Rodrigo, mar- ques de Revollar, uno de los magnates mas importantes de la corte de Carlos VII, le ofrece el desempeno de una delicada misi6n: "Elle veut contribuer, dans la measure de ses forces, 'a 1'crasement de l'impie, au triomphe de la bonne cause," senala Peseux-Richard.7 A petici6n del marques, conocedor de la acendrada fe de su sobrina, Maria accede a convertirse en intermediaria de la correspondencia que une a la corte de Carlos VII con la junta legitimista de la localidad, "el hilo por donde la |